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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

La métrica de la ciudadanía

03 de febrero de 2016 - 00:00

El progresismo latinoamericano redescubrió la ciudadanía como una historia de la calle (o callejera), de la vereda tropical y andina, de los caminos verdes (y de otro color), del caminito jamás borrado y de las sendas renovadas al andar. Es la historia de la humanidad sentipensante, andante, comediante y hasta en combate. Las metáforas están como los mangos de chupar, bajitas: calentar calles, voces de las esquinas o las coloridas mareas ciudadanas. La ciudadanía no es solo un certificado, en extensa verdad, es decisión, acción, construcción y pasión; toda pasividad es contra ciudadanía o cómplice de lo ‘anti’. Es estado de ánimo o desánimo; es la reaccionaria costumbre de las métricas ideológicas: unos con más y otros con menos ciudadanía.

La investigación académica dedica tiempo y tinta a visibilizar el progresismo en pocos nombres y margina a la ciudadanía. ¿Los nombres? Se los conoce de memoria, incluyen ‘ismos’, odios mortales y amores desaforados. En uno de los libros de cabecera del carnal Orlando Pérez se lee: “Hasta nuestros días, la historia de la humanidad ha sido una historia de luchas ciudadanas”; la naple. El entronizado y el ciudadano pata al suelo, el pelucón y el despelucado, el encamisado y el descamisado; en fin, ciudadanía de ese tamaño desproporcionado y ciudadanía de este tamañito. Sin olvidar a la clase ciudadana que tiene un aparato ortopédico llamado automóvil y la clase de a pie que la padece. A diferencia de algunos señalamientos diferenciadores manifestados en el Manifiesto, válidos solo para Europa, la ciudadanía es universal como el cambio climático.

Ronquidos de timbales: ¿será universal? Es ilusión, no es planetaria aún (algún día lo será), la migración africana es vista, en las calles europeas, como no ciudadanía, estorbos indeseables para la ciudadanía de esos países o simplemente la invasión alien, o sea ajenos a esa humanidad. La vara de la ciudadanía es desigual, no iguala a humanidad ni siquiera a persona. El librito de Orlando dice que “hay nuevos antagonismos de clase”. Es cierto, aunque no en la dimensión marxiana, sino en espacios sencillos, cotidianos y personales. En la calle, la ciudadanía con su ortopedia movilizadora y la ciudadanía de a pie, “¡quítate o te lo tiro encima!” es el grito dominante de la clase del volante o en el mostrador institucional; “estamos en una reunión” se susurra con educación y criterio inapelable.

Este jazzman, aprendiz de socio-antropología, observa esos ejercicios fallidos y triunfales de ciudadanía, con sus palabras castigadoras de alta humanidad cívica: “Tú no sabes con quién estás hablando”. ¿Con quién? Con alguien portador de una macrociudadanía. O la ciudadanía de carencias agradeciendo la obviedad del funcionario público: su trabajo pagado. Esta es fantástica: el hermano vigilante averiguando solamente a este ciudadano escribidor que qué hace en ese ‘privilegiado’ lugar (eso, después que pasaron cinco ciudadanos blancos). (O)

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