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El Telégrafo

La felicidad del poeta pródigo

28 de abril de 2011 - 00:00

La poesía es la antítesis de los miedos y temores. Su espíritu pugna con las ataduras humanas. Es el fuego que pervive en el transcurso del tiempo. Es palabra bendita y melodía macabra. Es el inicio y el fin de la belleza.

"Esto fuimos en la felicidad" (CCE, Colección Palabra al Día, Quito, 2008) titula el poemario de Xavier Oquendo Troncoso. Textos vibrantes y confesos. Relicario para ser hojeado de un solo tirón. Versos escritos en la noche, aprovechando la ausencia del ruido, en donde el poeta esgrime el recurso de la imagen perfecta, mientras sus lectores/as construyen sueños en el parnaso de las horas silentes. Libro sumergido en la ebriedad que disponen las quimeras: "Ahí sentimos vibrar/ por nuestros cuerpos/ la gasolina azul de las palabras/ que emergían del licor/ huyendo de los poros".

En su estructura sobresalen dos partes: El diario de los bíblicos y nostalgia del día bueno. Ciertamente, emergen ciertos pasajes bíblicos y la mirada descriptiva de los apóstoles que cimentaron aquella historia de fe y divinidad, de milagros y ferviente búsqueda por la tierra prometida. Son aquellos "tatarabuelos del mundo" que habitan refugiados en el pretérito, entre la parábola y la energía del mítico monte: "Nos reunimos todos los días/ y hacemos el amor a los capulíes,/ nos desnudamos frente a la chirimoya de los valles/ y penetramos en la pluma azul de los tucanes./ Hemos tocado/ la columna vertebral de la luz./ Estamos lejos del pueblo antiguo/ donde siguen llorando los pastores".

Asimismo, se desprende un confesionario de sentimientos clavados en el corazón frágil del hambriento: "Todos hacemos el amor con el pasado". O, también: "Amigos fuimos antes del fuego./[.] Nos hemos amado despacio como carrusel sin motor".

Oquendo evoca en su discurso lírico a las estaciones climáticas, sin perder su torrente rítmico. La lluvia, el viento, las hojas de los árboles, los pájaros juguetones, el sol deslumbrante, el hechizo lunar, el frío y la nieve, quedan atrapados en la piel poética; son motivos y motivaciones para la tarea creativa. 

La prolongación de nuestras vidas aparece entre la ternura y el sentido de paternidad: “Esas estrellas/ son mis hijos,/ esas luces con aroma,/ esos vientos pelados,/ esos ladrillos de historia”.

Con estos poemas se anuncia la llegada de aquel día bueno: “aquel día pródigo/ que no se asoma,/ que no entra”. Mientras eso ocurre, nos quedamos atrapados de la nostalgia y de la entrañable enunciación poética.

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