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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La democracia es jodida

14 de agosto de 2015 - 00:00

Es la marcha por todo el descontento acumulado: la marcha por la Ley de Tierras, la marcha por la Ley de Aguas, la marcha por la educación superior, la marcha por la dignidad, la marcha por toda esa corrupción, la marcha por los abusos, la marcha por el espionaje, la marcha por el impuesto a la herencia y la libertad de expresión. Es la marcha de todos los descontentos: es de los médicos, de los indígenas, de la clase media, de los gremios, de los periodistas, de la derecha y de la izquierda (y de todos los que están en la mitad). En fin, es la Gran Marcha.

Sin embargo, muy a pesar del debate político actual, la marcha no es un absoluto. Es decir, ni el descontento es absoluto ni los descontentos lo son. La marcha no es la representación de un todo. Entender eso también es entender la democracia.

Y así como la ciudadanía tiene el derecho y la obligación cívica de utilizar los medios legales para mostrar su descontento, el Gobierno también tiene el derecho a discrepar. Es decir, las demandas no son una lista de obligaciones para el Gobierno. Son una manifestación popular, representante de una parte del todo, y que será atendida en la medida que el Gobierno crea conveniente. Y esto último es su prerrogativa.

No intento esbozar una teoría de Estado donde hay una separación entre la sociedad civil y el Gobierno; donde el Gobierno es una institución ajena y despótica. Lo que quiero decir es que, si bien la democracia no se mide en la cantidad de veces que vamos a las urnas, ir a las urnas es una gran parte de la democracia. Es nuestro mecanismo de representación, de fiscalización y de opinión más poderoso. Las marchas y levantamientos son una advertencia de lo que serán las elecciones. Pueden ser un buen indicador, como puede ser uno malo. El movimiento oficialista tendrá que decidirlo, y esa decisión marcará el 2017. La marcha es, en definitiva, un mecanismo democrático de intimidación electoral.

Pero una marcha no puede ser para tumbar a un presidente. El ambiente huele a eso. Y no es de extrañarse. Es nuestro bagaje histórico. Este Gobierno llegó después de tres presidentes derrocados.

En ese sentido, el #FueraCorreaFuera es la viva manifestación de que no hemos podido superar nuestro pasado. ¿Es un sentimiento legítimo? No sé. Pero se lo ha cargado de tanta violencia, vehemencia y agresividad, que se convierte en la representación tangible de que podemos ser una democracia, o parecer una democracia, o incluso ser un mal remedo de democracia, pero más que nada, terminamos siendo una sociedad profundamente antidemocrática.

Democracia es tener presidentes que te gusten y otros que no te gusten. Democracia es tener presidentes buenos y presidentes malos. Es tener mayoría en la Asamblea y tener una Asamblea fragmentada. La democracia es jodida, pero es lo que tenemos. Entonces, ¿para qué marchan? ¿Marchan para dialogar? ¿Para demandar? ¿Para ver lo que pasa? ¿Para que se vaya? ¿Para que renuncie? No hay delgada línea gris. Si seguimos pensando que un sentimiento legítimo es “que se caiga”; si en el espectro de lo posible está derrocar a un presidente democráticamente electo; si cada marcha es una incitación a las Fuerzas Armadas, entonces dejémonos de engañarnos: no creemos en la democracia. (O)

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