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El Telégrafo
Juan Carlos Morales

Jempe hurta el fuego

26 de diciembre de 2019 - 00:00

Los primeros relatos –conocida como cosmogonía- nos develan una sabiduría para interrogar al mundo, después del caos. Los pueblos ancestrales de Ecuador, al igual que todos las culturas del orbe, encontraron explicaciones de sus orígenes desde el nacimiento del fuego, hasta los gigantes soberbios (presentes en muchos mitos antiguos) o en los dioses como Chiga y las lagartijas, según cuentan los abuelos cofanes.

En estos días, la revista Ñan en su número 39, de las pocas del país que rastrea los caminos ocultos, acaba de publicar un compendio del trabajo del autor de estas líneas, en formato de microleyenda, ilustradas por José Villarreal Miranda. Allí se destaca el Gigante y las lagunas pero también el relato del sapo Kuartam que se transforma en jaguar, los monos del Tereré o la época en que las lagartijas sostenían al mundo, que nos llega de las culturas amazónicas, tan poco conocidas.

Basta leer Arqueología Amazónica, las civilizaciones ocultas del bosque tropical, compilado por Francisco Valdez, del Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito, 2013, para tener otra visión. Aquí comparto el mito, recreado de la investigación de 60 mitos shuar, de Marco Vinicio Rueda, Abya Yala, Quito, 1987:

Hacía frío en la selva. Los shuar miraban a la distancia la morada de Takea, que era el único que poseía el fuego. Takea era un monstruo. Cada vez que alguien se atrevía a hurtar la lumbre era devorado. Por eso, en las noches heladas, los shuar se la pasaban tiritando y con miedo.

Un día, Jempe –el picaflor- llegó a la caverna de Takea, después de una lluvia torrencial. Los hijos del dios del inframundo lo encontraron empapadas las pluma y, a hurtadillas, lo metieron a la cueva. Jempe, una vez recuperado, alzó vuelo. Fue directo al lugar donde Takea protegía el fuego y, ante su asombro, prendió sus alas y escapó. Los shuar, de los antiguos tiempos, lo recibieron con alborozo.

Ahora, cuando los shuar encienden una hoguera siempre recuerdan a Jempe y, a veces, cuando crepitan los leños una silueta de ave se dibuja en las lenguas del fuego. (O)

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