En agosto de 2017, el presidente Lenín Moreno invitó a la lealtad. “Pero lealtad bien entendida, no la lealtad de la mafia”, dijo.
Todos los autores convienen que las mafias se originan en la región italiana de Sicilia, tal vez para denominar a los “hombres de honor”, comerciantes del limón cuya palabra valía más que la ley. La posesión de enormes feudos y de las rutas comerciales, atribuyó un poder que superó al político. Con el tiempo los terratenientes podían dar muerte a sus adversarios y pronto esas rutas fueron utilizadas para el comercio de drogas.
Tras la Marcha sobre Roma de 1922, Benito Mussolini se convirtió en presidente del Consejo de Ministros del Reino de Italia y nombró a Cesare Mori como prefecto de Palermo.
Mori descubrió la trama de corrupción entre la mafia y los dirigentes del partido gobernante, lo que le costó su destitución. Pero la propaganda fascista hizo creer que la mafia había sido derrotada.
En febrero de 1962, después de que un cargamento de heroína llegara incompleto a su destino en Nueva York, un hombre de honor, Calcedonio Di Pisa, fue tiroteado como represalia. En abril de 1981, la muerte de Stefano Bontate, otro honorable, desencadenó una guerra que duró tres años, la primera transnacional y que dio muerte a más de un millar de personas. La mafia no es un monolito.
John Dickie, autor en la materia, dice que la palabra mafia proviene del vocablo árabe “mahya”, que significa bravuconería. Este sería un requisito forzoso para ser un honorable, además del voto de estricto silencio sobre la organización. Pero aparecieron los “pentitti”, los delatores que ayudaron al juez Giovanni Falcone a desmantelar parte de la estructura en los 80. Falcone fue asesinado por un atentado terrorista en 1992.
¿A esto se refería Moreno? Si es así, ¿cuáles son esos bravucones “bañados en honor” que con propaganda negaron delitos y que su pandilla todavía pudre las entrañas del Estado?
La estabilidad del régimen cuelga de esta respuesta. (O)
