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El Telégrafo

Esta vez no, Monseñor

28 de abril de 2011 - 00:00

El rol de la Iglesia católica en el Ecuador es una historia salpicada de engaños, persecuciones y muerte. Nada que  ver con Jesucristo. Debutó en tierras de América bendiciendo el asesinato de Atahualpa, el inca quiteño, al que siguió poco después el exterminio de Rumiñahui, el bravo defensor de Quito. Asentada la Colonia, se impuso el latifundismo eclesiástico sobre el que vinieron a gemir su suerte generaciones y generaciones de huasipungueros y conciertos indígenas.

 

No contenta con ello, la Iglesia introdujo el cruel sistema del esclavismo: la Compañía de Jesús trajo esclavos africanos para encadenarlos a la producción de caña de azúcar en los valles de El Chota (Imbabura y Carchi), Yunguilla (Azuay), Catamayo (Loja). Hasta congregaciones de piadosas monjitas se dedicaron en Cuenca a la jugosa compraventa de esclavos. Los sufrimientos de la masa campesina se acrecentó bajo la tiranía clerical de Gabriel García Moreno, el Santo del Patíbulo, como le llamó Benjamín Carrión, y esto a tal punto que provocó en 1871 el gran alzamiento de los indios de Chimborazo, capitaneados por Fernando Daquilema, fusilado cuando llegó la derrota. Después vendría esa larga cadena de crímenes ejecutados por el poder derechista y propiciados por los jerarcas católicos, como el fusilamiento de Nicolás Infante en Palenque, Los Ríos, y de Luis Vargas Torres, en Cuenca, en el afán de contener el vuelo de la Revolución Alfarista.

 

Más cercana en el tiempo, en 1956 vino la elección fraudulenta del jefe socialcristiano Camilo Ponce Enríquez, para la cual el clero logró desde los templos el milagro de la multiplicación de los votos. Luego se desencadenaría desde 1960 a 1963 una etapa de terrorismo organizado por la CIA en su delirio anticubano y anticomunista, en que se utilizó al propio cardenal Carlos María de la Torre como cabeza de  campaña, la que dejó un reguero de cadáveres en la Sierra ecuatoriana.

 

Hoy, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE), presidida por el sacerdote español Antonio Arregui, arzobispo de Guayaquil, rompe lanzas contra la consulta popular convocada  para el 7 de mayo, a través de  manifiestos y entrevistas en los grandes medios y la difusión de millones de hojitas dominicales en los templos bajo el doble sello de la CEE y…¡del Banco Pichincha! Es parte de la millonaria campaña del No en la consulta popular, en la que monseñor Arregui va del brazo con furibundos “izquierdistas” que el 30 de Septiembre, en el fallido golpe de Estado, arengaban a los estudiantes desde los trucutús policiales antes tan odiados. Solo que esta vez el pueblo católico no es el mismo de siglos o décadas atrás y, si bien se arrodilla, reza y comulga devotamente ante Cristo y la Virgen María, a las propuestas oligárquicas de las que son portavoces los altos jerarcas de la Iglesia les responde rotundamente:


-Esta vez no, Monseñor. Deje en paz al pueblo y no ofenda más a Jesucristo.

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