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El Telégrafo
Mariana Velasco

Escrutinio y transparencia

08 de noviembre de 2023 - 06:36

Ecuador ha llegado a un proceso temerario de degradación. Desde el retorno a la democracia, no existe clase política ni dirigente con la capacidad de construir un proyecto nacional; tampoco existe una sociedad civil responsable y comprometida para exigir respuestas a todas las crisis, particularmente la institucional y de partidos. Gobernantes, funciones del Estado, Academia, colectivos no han mostrado interés en tender puentes para al unísono tejer soluciones.

Nadie se duele del dolor de la Patria, a pesar de que la ética política se refiere al comportamiento de los servidores públicos y su puesta en práctica en los asuntos de gobierno al ser una disciplina de la filosofía política que se refiere a la conducta humana aplicada a las personas que trabajan para los demás.

Catastrófico admitir que la ley en nuestro país es una farsa, no tiene fuerza moral ante el desborde de demandas sociales y políticas en una estructura judicial superada por los hechos y el sabor amargo de impunidad que se genera en la población.

Gobierno, Asamblea, Judicaturas, no son referentes de ejemplo, moral y credibilidad. No se visualiza porvenir ni futuro, basta revisar los casos de corrupción en cargos públicos; la práctica de la política sin ética pierde su función de servicio público y se convierte en mentiras.

Un ‘’click’’para el nuevo gobierno en la importancia de considerar y seleccionar a personas probas, de conducta intachable, sin historial de corrupción para que nadie cuestione su proceder, especialmente de personas que en otras condiciones, se las consideraba honestas; porque la honestidad constituye una cualidad humana que va mucho más allá de no mentir, engañar, robar o hacer trampas. Implica mostrar respeto hacia los demás y tener integridad y conciencia de sí mismo. La honestidad es el valor que nos permite vivir una vida congruente, es decir que lo que pensamos, sentimos y hacemos está en sincronía.

El comportamiento ético es, ante todo, una decisión individual pero al tratarse de conductas sociales y colectivas es necesario propiciar mecanismos que creen condiciones para frenar la falta de moral en las decisiones y comportamientos especialmente en la aplicación de la norma  de personas públicas o con acceso a poder. Las consecuencias son nefastas para todos.

Nada como la afirmación del valor singular, absoluto y único de cada ser humano, dotado de una dignidad y unos derechos inviolables como la libertad de conciencia y responsabilidad personal como punto de partida de cualquier consideración deontológica.

Carencia de principios, débil fuerza de voluntad, ausencia de información, existencia de áreas grises, arrogancia entre otros, pretenden justificar que todos los demás lo hacen sin reconocer la incapacidad mostrada para aceptar fallas propias de conducta. Es indispensable el escrutinio y transparencia en el cumplimiento de los deberes, particularmente pública. Hay fuerzas determinantes de cómo hacer bien las cosas, sin desprenderse de las creencias, porque la concepción del trabajo no sólo como un derecho y un deber, sino también como una actividad que, lejos de considerar al ser humano como un mero recurso, le permite construirse a sí mismo.

La epidemia de corrupción diseminada en el mundo o la toma de decisiones, evidentemente contrarias a principios éticos de convivencia humana, vulneran la vida, la paz, libertad, equidad, justicia y amor.

Hay pensadores que afirman que la ética política debe centrarse en la búsqueda teórica de principios éticos desde los cuales se ofrezca una visión dignificadora de la persona, una nueva visión de los derechos humanos y una catalogación de las democracias actuales.

En cambio, muchos filósofos defienden que la política debe ser ética pero también debe velar porque la ciudadanía posea herramientas que faciliten su propia reflexión moral en caso de aspirar a lograr una sociedad sana y una convivencia pacífica. De allí que los servidores públicos deben actuar y explicar los motivos por los cuales adoptan sus decisiones, sin dobles intenciones.  

Si la ética política resulta vital para cualquier sociedad, no puede existir un buen trabajo de servicio público sin una base del buen proceder que persiga el bien común. Mirar a otro lado y pretender que nada pasa, nos convierte en cómplices.

 

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