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El Telégrafo
Alicia Galárraga

De empleadores a captores

08 de septiembre de 2019 - 00:00

La pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades son el caldo de cultivo ideal para que la prostitución, el narcotráfico y el trabajo en condiciones de esclavitud sean negocios rentables a pesar de estar al margen de la ley y que además permite a los involucrados ¿gozar de impunidad?

Vicky tiene cerca de 30 años, vive en la ciudadela Ibarra, en Quito, y es madre soltera de una niña de 7 años. Hace 5 años, aproximadamente, cansada de no hallar empleo, una amiga le habló de un trabajo a medio tiempo con sueldo de $ 500. Como en cualquier entrevista, entregó su hoja de vida con todos sus datos de contacto, el de sus referencias, que eran su familia, y contó que tenía una hija. Firmó un contrato que no leyó y luego se enteró de que el contrato tenía anexada una letra de cambio que la unía a sus empleadores por una deuda inventada.   

Esa letra de cambio, más sus datos de contacto, permitiría a sus empleadores chantajearla. Se dio cuenta de ello al poco tiempo que llegó al supuesto lugar de trabajo donde, después de comunicarse con sus familiares, le arrebataron su celular. Era un prostíbulo en un lugar recóndito, en alguna provincia pobre y olvidada.

Trabajaba de lavaplatos y el sueldo era de $ 200, no de $ 500, como le ofrecieron; si quería ganarlos, debía prostituirse.  Y no era medio tiempo:  las jornadas comenzaban a las 10:00 y terminaban a las 2:00 del día siguiente. Solo recibía 2 comidas, desayuno y merienda que eran lo mismo, verde asado y café, y no eran gratis, le descontaban de su sueldo, junto con la vivienda, $ 40 en total. La vivienda (una especie de jaula por donde le pasaban los alimentos)  la compartía con 9 chicas más, distribuidas en 5 literas.  

En los dos años que duró su contrato, sus captores la llevaron 8 veces a la ciudad a depositar dinero para su familia y además le permitían comunicarse con ella para no levantar sospechas. En una ocasión intentó alertar a la Policía y, al regresar al prostíbulo, quemaron sus piernas con un hierro hirviente.

En estas salidas no podía mirar de frente, sino que agachaba la cabeza y tenía prohibido hablar. Lo mismo sucedía cuando estaba en el prostíbulo. A pesar de los años que han pasado desde esta experiencia, Vicky se despierta por las noches con pesadillas. O puede ser que esta historia nunca sucedió y también es producto de mis pesadillas… (O)

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