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El Telégrafo
Fausto Segovia

La enfermedad como signo de vida

25 de marzo de 2020 - 00:00

La humanidad no estuvo preparada para la pandemia del coronavirus, que arroja resultados imprevisibles en la salud, la economía, la educación, la cultura, el ambiente, e impacta en los presupuestos de los Estados y los ciudadanos.

Y está aquí, desde su supuesto origen en China en diciembre de 2019. El progresivo avance de la enfermedad, pese a los controles posteriores a su desarrollo, asusta a las autoridades mundiales, regionales y nacionales. Porque no hay Estado que se libre de esta peste como la bubónica, la gripe española, el ébola y el sida, entre otras, que dejaron aprendizajes y miles de muertos.

Hay muchas lecturas sobre esta enfermedad: desde el egoísmo y el agotamiento del modelo socio-económico, que infló el mundo de ciudades con mucho bienestar, y también con inequidades y exclusiones, que desbordaron el llamado progreso supuestamente ilimitado, en aras de una modernidad “líquida”, según Zygmunt Bauman.

La sociedad, en efecto, ha comenzado a “licuarse”; es decir, vivimos el difícil momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos –como el trabajo y el matrimonio para toda la vida- se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador.

Y el virus –el coronavirus es un mal ejemplo- decidió romper con el paradigma que situaba al sistema como algo hermoso, irrefutable y definitivo. Y desnudó a una naturaleza que, de algún modo, se venga de tantas atrocidades humanas realizadas a sus espaldas por siglos.

En este sentido, la enfermedad debe ser vista como una nueva oportunidad que nos da la vida, para asumir las agresiones a las que hemos sometido a la Tierra, y poder defenderla, ya no señores sino como mendigos agradecidos. Porque hasta aquí hemos estado instalados en el bienestar, sobre la base del reconocimiento que el establishment era suficientemente sólido.

Es el tiempo de vivir encerrados en nuestros hogares –las nuevas cuevas de la modernidad-, y devolver la racionalidad, si no ha perecido, para que la naturaleza deje de ser ciega, indiferente y hostil a los humanos. ¿Más humildad? (O)

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