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El Telégrafo
Mariana Velasco

¡Elijo ser feliz!

21 de julio de 2021 - 00:20

La felicidad es creer que la alegría es posible…No se parece a la risa y no tiene que ver con encontrar al alma gemela, comprar zapatos o viajar hasta el más exótico de los paraísos, sino conseguir el rumbo que da sentido a la vida. Por acción u omisión, por decisión previa o posterior, por dejar pasar o por haberlo producido, siempre somos parte de lo que nos sucede.

Cuando llegamos al mundo somos capaces de vivir cada momento sin esperar nada, sin crear expectativas. Con el tiempo, la construcción social se encarga de cambiar los esquemas mentales para convertirnos en seres deseosos de tener lo que no tenemos, de sentir lo que no sentimos y de vivir como no vivimos. Es entonces cuando empezamos a pensar que, cuando tengamos lo que todavía no tenemos o cuando sintamos lo que todavía no sentimos, entonces y sólo entonces, seremos felices.

Un infante no entiende de ambiciones, objetivos y futuro. No sabe lo que vendrá, pero tampoco le importa. Solo necesita una cosa para sentir eso que llaman felicidad: el amor de su mamá. A su lado, no hay juguetes, ni golosinas, ni objetos capaces de compararse a la experiencia de sentirse seguro y querido en los brazos maternos. Algo deberíamos aprender los adultos de los pequeños sabios.

Según la ciencia, la felicidad se encuentra en la capacidad del cerebro para producir dopamina y serotonina de manera equilibrada, mientras algunas religiones sostienen, de qué tan bien usted se porta o cumple con ciertos mandatos y así evita la culpa por estar en el camino del “mal”.

La paz interior nos hace saber que el camino que conduce a esa deseada necesidad, comienza siempre con la propia decisión de ser bienaventurado y asumir la responsabilidad de esa elección. Nos abre los ojos, a una verdad incuestionable: el deseo de ser feliz. Si nos dieran la oportunidad de hacer realidad un solo sueño, ninguno sería más apropiado que el de ser dichoso.

Algunas veces, solo para provocar el debate que nos interesa, casi conociendo la respuesta, preguntamos:

—¿Qué sucede? ¿No están de acuerdo? Con algo de duda y mucho de cortesía, la respuesta siempre es la misma: —Sí… Bueno… de alguna manera… En esa respuesta “diplomática” que, más allá de sus dudas, creen que no, pero saben que sí.

Es muy duro aceptarlo; así, sin peros... tal vez sea porque nos confronta con la responsabilidad de cambiar lo que no está bien… y no solo en nuestro microcosmos, sino en la vida de todos y todo el tiempo. Quizá asumir de plano tanta carga nos obliga a aceptar cierta complicidad en cada una de nuestras frustraciones. Duele, molesta, irrita y subleva que las cosas no sucedan como soñamos, deseamos, como deberían suceder o como nos convendría que sucedieran.

La duda, indecisión y el miedo nos frenan a menudo para actuar adecuadamente ante la realidad a la que nos enfrentamos. Por si fuera poco, a nuestro alrededor están “los demás”, que, con todo derecho, persiguen sus propios sueños, no siempre deseosos de colaborar con los nuestros; por no hablar de los que están prolijamente abocados a boicotear los sueños ajenos.

 Una de las principales metas de la vida de toda persona es alcanzar ese estado anímico quebradizo en el que influye tanto la actitud de uno mismo como el entorno que le rodea. ... Alcanzar la felicidad no significa llegar a una meta. Se trata de una actitud, de seguir un camino que requiere trabajo diario.

Tendremos que elegir de forma más consciente entre dos actitudes: culpar al exterior y esperar que cambie, o hacernos partícipes de la frustrante realidad y ser cómplices de ese cambio. Es decir, asumir juiciosamente para actuar en coherencia con mis deseos, afrontando el coste y el riesgo que conlleva el camino. ¡Elijo ser feliz!

No se trata de perseguir lo que no tenemos ni de fantasear sobre lo felices que seríamos si lo consiguiéramos. Se trata de comprender de una vez para siempre que la felicidad depende de lo que sucede de la piel hacia adentro, mucho más de lo que ocurre de la epidermis para afuera.

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