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El Telégrafo
Juan Francisco Román

El testaferro corporativo, un mal que debe desaparecer.

13 de septiembre de 2022 - 00:00

Es algo del pasado y casi enterrado a nivel global, pues, antes en las escuelas clásicas, casi pre históricas, las empresas se creían constituidas con la actuación de dos o más participes que se unen para crearlas, pues se entendía que era un contrato, que era la unión de dos personas naturales para crear está ficción jurídica, pues una sola persona no podía ser una empresa en sí misma, y los contratos, normalmente, son un acuerdo entre uno y otro.

Pero, como todo en la vida, las cosas han cambiado y mucho, el sistema empresarial es cada vez más dinámico y, por la velocidad de un mercado que se ha interconectado de manera espectacular con el internet, las redes sociales y los métodos de pago cada vez más digitalizados, las estructuras pesadas y antiguas son menos apetecidas por el mundo comercial.

En Ecuador las personas están dejando de elegir a la sociedad anónima y la compañía limitada, entre otras razones, una fundamental es que, exigen, piden y quieren que existan mínimo dos participes para su formación. Pues este cuento viejo, casi una historia del olvido, debe terminar de una vez por todas, por el simple hecho que generó horrorosas deformaciones en las estructuras corporativas y de paso se degeneró en las medidas desesperadas de empresarios urgidos por comenzar, los testaferros.

Cuando una persona tiene en su cabeza la idea de iniciar un negocio, generar empresa, muchas veces es celoso de su idea y busca la forma de protegerlo, hasta que se topa con estos requisitos. La pregunta es: ¿a quién confías una acción de tu negocio?, y la respuesta siempre ha sido, a mis familiares, a mis amigos, a alguien con la suficiente confianza para entregarle una acción a fin de cumplir con un requisito que está ahí, sin razón aparente, tal vez para mantener una costumbre de las viejas escuelas del derecho societario que así lo dictaban.

Pero en esta entrega ficticia del título de acción pasaba (pasa) que la persona a la que se le entrega muere, o se casa, o se divorcia, y ahí es donde el problema comienza. Entran a la empresa personas que por derechos adquiridos sobre el testaferro asumen una posición incomoda en la empresa y la idea comienza a distorsionarse, y el empresario está obligado a pagar a quién no debe algo que no tiene, por cumplir un requisito que está ahí, por estar.

Entonces, ¿qué espera la reforma a la ley de compañías para cambiar esto?, pues que alguien les explique y les diga que la empresa como la conocieron nuestros ancestros no va más, que el empresario puede ser uno o pueden ser mil, pero que eso se lo dejen al imaginativo empresarial que necesita los vehículos económicos para generar, trabajar, producir y crear.

Escuché, con completo asombro y temor que asambleístas decían que habían enviado cartas al Superintendente de Compañías, Valores y Seguros, casi que ordenando, que se constituyan estas empresas antiguas y de uso caro e ineficiente. Ni en el peor comunismo pude ver una treta tan agresiva en contra del empresario, quien elige la figura, las razones y los negocios, a su mejor saber y entender, por una simple razón: EL EMPRESARIO ASUME EL RIESGO, EL EMPRESARIO ASUME LA DEUDA, EL EMPRESARIO ES QUIEN DECIDE.

Es complejo que, en Ecuador, lo evidente se tenga que explicar, pero como en todo, debemos comenzar a debatir si es que la empresa, como contrato, es algo que aún está en uso y si el Estado y el gobierno deben seguir obligando a conseguir testaferros para cumplir con requisitos obsoletos.

La empresa, tal como la conocíamos, no existe más, es momento de un cambio total en el corporativismo ecuatoriano y lo necesitamos urgente.

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