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El Telégrafo
Juan Francisco Román

El tesoro ecuatoriano

06 de julio de 2021 - 00:00

Viajar internamente por el Ecuador, olvidando las rencillas y los desastres políticos y jurídicos que sufrimos diariamente es una experiencia relajante, apasionante y, sobre todo, impresionante.

Tengo la buena costumbre de salir de Quito y partir a cualquier destino que el camino me lleve, no puedo dejar de maravillarme con lo que mis ojos ven, mi piel siente y mi corazón dice; pues sí, soy hijo de ingeniero de caminos y tuvimos que siempre estar moviéndonos a visitarlo durante décadas a sus campamentos en lugares inhóspitos. Tal vez me acostumbré a salir y buscarlo por el país y eso me ha llevado a conocer este terruño fructífero, ingenioso, antiguo y olvidado.

La formación en negocios te hace ver las cosas desde el mercado, como se vende, por qué se vende y cual es la estructura de las cosas que voy comprando en el camino. Bueno aquí es donde me siento a reflexionar siempre como nuestros pequeños y ancestrales mercados están regalando el tesoro del conocimiento ancestral.

Hace unas semanas caminaba por la plaza de los ponchos en la hermosa ciudad de Otavalo, maravillado veía como el griterío, las ofertas y la demanda estaban actuando como lo han hecho en ese mismo lugar desde centurias. Colchas, ponchos, bisutería ancestral era rematada a precio de acomodo, entraba en mi cabeza al comprar ciertas cosas y negociar con una indígena su producto ¿Juan, le pides rebaja al Mc Donald´s cuando compras una hamburguesa? Y no, no se la pido, acepto el valor sin chistar palabra ¿por qué lo hago con alguien que hace esto a mano? No le pedí rebaja, compré a precio pedido (no es tan alto tampoco).

Recuerdo también, en mis vacaciones con mi familia de parte materna en Manabí, recorrer las calles del viejo Montecristi viendo tejer a mano los sombreros de paja toquilla, los tejen esas manos callosas llenas de sabiduría del oficio pasado de familia en familia, los precios ridículamente bajos para tan arduo proceso. Cuanta frustración me da escuchar que el mundo los llama “Panama Hat”, esa cachetada a lo nuestro que nadie ha peleado por recuperar.

Después me encuentro en el Tena con un mono agarrando mi fruta y corriendo al árbol para atragantarse mientras lo veo riendo sin saber que había pasado, entendiendo mi entorno con pueblos y nacionalidades que han estado ahí viviendo en la profundidad de una selva y vendiendo sus historias y creencias a precio de costo.

Por último, la comida, viajen a Europa y cómanse algo, su paladar querrá irse de regreso al país que los ha parido. Pero las frutas, los vegetales que se venden en nuestras calles, las canastas de Ambato que son puras, pequeñas, naturales y extraídas con gentileza sin intervención humana, es comida eterna y aún así, vendida a precio de veinticinco por un dólar.

A lo que voy amigos lectores es que hemos olvidado que estas experiencias, esta comida es el tesoro apetecido por todo el mundo, el mercado “millennial” los añora, los desea, es un mercado global y es momento que nuestro país regrese a profesionalizar y exportar esto. Una idea para nuestro gobierno, hagan certificaciones de productos ancestrales hechos con conocimiento milenario sin intervención, esto, con un programa de profesionalización de los nuestros dándoles herramientas técnicas de creación y administración de empresas, facturación, exportación, y manejo de personal, hará, sin lugar a dudas, que el tesoro de nuestro país siga regalándose. Vamos despidiéndonos del petróleo por favor.

Los invito a oler, probar, descubrir y perderse en este país, he tenido la gracia de poder visitar otras ciudades, otros países y otros continentes, pero no puedo dejar de decirlo, este país tiene un mercado en ebullición que enamora y que aún hemos sido ciegos, sordos y mudos en apreciar, en vender, en exportar.

Tómese un café recién molido en Loja, cómase una manzana recién cortada en Ambato, siéntese en una playa manaba con un ceviche de carreta, tómese un vino con ostras frescas en Playas, camine en las orillas del Río Napo, encuéntrese en el borde del Lago San Pablo viendo al Imbabura en un atardecer, le prometo que no tiene desperdicio. Viva y coma en este lindo país.

Señor gobierno, ya nos toca regresar a ver a quién habitó antes que nosotros y enseñarles a vender al mundo lo que la historia les enseñó.

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