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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

El síndrome de la impostora

15 de enero de 2022 - 00:00

Muchas de las mujeres que se esfuerzan por encontrar un sitio en la sociedad y desenvolverse en el mundo del trabajo público experimentan lo que la psicología identifica desde los años 1970 como “el síndrome de la impostora” y lo describe como un estado en que ellas se sienten como si no pertenecieran al lugar donde se desempeñan laboralmente, como si fueran unas farsantes. En este contexto, ser impostora significa que una mujer se hace pasar por una persona distinta a la que es. La mujer que sufre de este síndrome –dice la literatura sobre el tema– atribuye su éxito a un golpe de suerte y no a su preparación académica, su talento, su esfuerzo o su experiencia. La profesional experimenta continuamente estrés porque siente que en cualquier momento alguien descubrirá que es un fraude. Este síndrome puede afectar a cualquier mujer sin importar su estatus social, antecedentes académicos o laborales, habilidad o grado de experiencia, y se lo clasifica como un tipo de ansiedad social.

Las discusiones de las psicólogas sobre el síndrome de la impostora han producido cientos de libros y artículos para apoyar a las mujeres con el objeto de que dejen de lado su inseguridad y baja autoestima por creer que no están adecuadamente preparadas. Manejar la casa, la familia y el trabajo al mismo tiempo es un fenómeno relativamente nuevo en la historia de las mujeres. En el mundo de hoy, de repente, se ven desempeñando actividades que sus madres y sus abuelas nunca pensaron hacer. No solo se sienten con poca preparación, sino que la ansiedad les lleva al burn out, una forma intensa del estrés que conduce a las mujeres a la fatiga mental y, en ocasiones, inclusive a enfermedades físicas.

Las mujeres han leído por décadas libros de autoayuda sobre el síndrome de la impostora buscando salir de la depresión y sentirse más seguras de ellas mismas. Hace un año apareció uno –que se supone es el summum sobre el tema– escrito por la periodista Elisabeth Cadoche y la psicoterapeuta Anne de Montarlot. Pero nuevos estudios señalan que son los factores sociales los que contribuyen a que las mujeres no se sientan seguras. Estos demuestran que existe un problema estructural: el sistema que distribuye el poder, los recursos, los roles y el estatus social está controlado por hombres. La sociedad ha asignado papeles a cada género, y exige adherirse a las normas sociales que prescriben los comportamientos masculino y femenino. En ese sistema, el estereotipo tradicional dicta que la mujer no tenga poder y limita su posición y sus opciones.

Entre las investigaciones respecto a cómo influye el medio en las mujeres llama poderosamente la atención un artículo, publicado en el Harvard Business Review en febrero de 2021, escrito por Ruchika Tulshyan y Jodi-Ann Burey y titulado “¡Ya dejen de decirles a las mujeres que tienen síndrome de impostora!”.

Las autoras examinan el conjunto de lo escrito y encuentran, por ejemplo, que al buscarlo en Google existen más de 5 millones de resultados, la mayoría con soluciones para “curarlo” que van desde asistir a conferencias y leer libros hasta recitar diariamente logros frente a un espejo. Cuentan también que mujeres famosas, desde superestrellas de Hollywood como Charlize Theron y Viola Davis, hasta líderes empresariales como Sheryl Sandberg, o figuras públicas como Michelle Obama, exprimera dama de los Estados Unidos, y Sonia Sotomayor, jueza de la Corte Suprema, confiesan haberlo experimentado.

Tulshyan y Burey se preguntan, en primer lugar, por qué no se han explorado las causas del síndrome de la impostora lo suficiente y qué papel juegan los sistemas laborales en fomentarlo y exacerbarlo. Creen que es necesario cuestionar las razones por la que las mujeres desconfían de su éxito. Y plantean que el machismo, el racismo, el clasismo e incluso la xenofobia son categorías que no se han tomado en cuenta.

Las autoras afirman que el síndrome de la impostora es una teoría que culpa a las mujeres sin tener en cuenta los contextos históricos y culturales en los que se desenvuelven. Añaden que la literatura sobre el tema no toma en cuenta que las mujeres no encuentran modelos a seguir y son acosadas y cuestionadas sobre su competencia, sus contribuciones o su estilo de liderazgo. En suma, se enfoca en cargar sobre las espaldas de las mujeres la solución al problema, en vez de preocuparse de que sean los lugares de trabajo los que tengan que cambiar.

El estudio critica cómo este concepto ha revictimizado a la mujer porque la patologiza al punto de reforzar los estereotipos de “nerviosa”, “neurótica” y, peor aún, “histérica”. “Incluso en los casos en que las mujeres demuestran fuerza, ambición y resiliencia, sus batallas diarias contra las microagresiones y los estereotipos [...] a menudo las jalan hacia abajo.”

Tulshyan y Burey proponen que la sociedad busque establecer una cancha que no sea inclinada. Y afirman: “El síndrome de la impostora prevalece especialmente en culturas sesgadas y tóxicas que valoran el individualismo y el exceso de trabajo [...]. En lugar de ‘arreglar’ a las mujeres es indispensable experimentar un cambio cultural a gran escala [...]. Quizás entonces podamos dejar de diagnosticar erróneamente a las mujeres con el ‘síndrome de la impostora’ de una vez por todas”.

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