Reconocer los obstáculos que enfrentan los estudiantes ayuda a orientar la enseñanza para mejorar los resultados académicos. En las universidades públicas es frecuente el que el/la profesor/a se encuentre con estudiantes que no han aprendido a aprender, que tienen dificultades para ejercitar el pensamiento crítico y pocas habilidades básicas para desenvolverse en la vida adulta. Enfrentados a esas realidades, los docentes pierden el entusiasmo de enseñar al bregar con resultados académicos pobres.
Discutiremos aquí algunas sugerencias que les podrían ser útiles. Un primer paso es partir de la consideración de que al menos la mitad de los estudiantes proviene de familias en las cuales ninguno de sus miembros ha ido antes a la universidad, por lo que no hay tradición de escolaridad terciaria. Luego, es necesario tomar en cuenta que un porcentaje igual viene de los quintiles más bajos de pobreza, lo que significa que no ha tenido oportunidad de desarrollar habilidades académicas y, por lo mismo, su desempeño suele estar por debajo del promedio.
Los estudiantes con retos académicos y económicos tienen dificultades que sus profesores deben reconocer. Julieta, profesora de educación inicial de la Universidad Central del Ecuador, cuenta que sus estudiantes tienen desafíos con las responsabilidades académicas porque llevan cargas familiares muy pesadas: “Una estudiante no pudo conseguir las calificaciones que correspondían a su gran capacidad intelectual. Era la mayor de cinco hermanos a los que cuidaba, además de trabajar más de veinte horas a la semana. Su familia no estaba en la situación de entender que ella necesitaba dedicar más tiempo a sus estudios”.
María Eugenia, profesora de comunicación social, sufre porque uno de sus estudiantes de séptimo semestre ha decidido retirarse. Sus padres requieren que él trabaje a tiempo completo. Una circunstancia parecida en cuanto al riesgo de deserción tienen muchos estudiantes –hombres y mujeres– que se han casado y tienen que velar por sus hijos.
Hay más razones por las que los estudiantes no logran desempeñarse exitosamente en la universidad. El comer o dormir lo suficiente, por ejemplo, resulta clave para un aprendizaje exitoso, pero para muchos estas cosas tan básicas representan un desafío. Cosa similar sucede al hacer frente a las responsabilidades diarias como calcular el tiempo de transporte desde largas distancias o encontrar tiempo para estudiar.
Otra preocupación es encontrar un lugar en donde estudiar. “Los estudiantes más pobres con frecuencia viven en una habitación compartida y hay ocasiones en que no tienen ninguna –añade la profesora Julieta–. Tuve una estudiante que siempre perdía sus deberes. Lo que pasaba era que dormía en la banca de la sala y no tenía un sitio propio para mantener sus libros y papeles”.
“Algunos estudiantes de entornos desfavorecidos no tienen a nadie que les sirva de modelo para aspirar a ser como él o ella; inclusive hay casos en que nadie de su familia aspira a que el/la estudiante llegue a ser alguien en la vida”, comenta Carolina López, profesora de matemática en una politécnica. Esto afecta la percepción que tienen los jóvenes de su propia capacidad, sus expectativas de éxito futuro y la medida en que valoran su trabajo escolar. La doctora López explica: “Como sus padres o cuidadores no han tenido formación académica, los estudiantes, a veces, tampoco ven por qué deberían tenerla. Existe, además, la falta de apoyo en el hogar, ya que algunos padres simplemente no conocen las materias, en particular las ciencias, por lo que se desentienden”.
¿Qué deben hacer los profesores para ayudar a sus estudiantes? Es muy importante que, después de aquilatar la situación particular en la que estos viven, imaginen posibilidades para solucionar sus problemas básicos apoyándose en las unidades de Bienestar Universitario. Y, luego, enfocarse en desarrollar metodologías para lograr captar la atención de sus alumnos.
La primera y principal forma de apoyar el desarrollo del conocimento es la de aprovechar lo que los estudiantes conocen previamente. Para ello, es necesario pedir en clase que ellos compartan sus propias experiencias, ideas e intuiciones sobre el contenido del tema de estudio. Luego, pedirles que las relacionen y conecten con sus propias vidas. En ocasiones es preciso ofrecer pistas y sugerencias, lo que los llevará a hacer conexiones. Una vez que lleguen allí, interiorizarán el contenido como propio. Esta es una técnica de andamiaje que acompañada a otras contribuye a la enseñanza de calidad.
El andamiaje como metodología da grandes resultados. Se trata de armar los conocimientos en partes y de proveer estructura para cada una. Mostrar a los estudiantes lo que se espera de ellos. Si se les va a mandar como tarea que escriban un ensayo persuasivo, es necesario que antes se los familiarice con uno real en el que se les pueda mostrar la estructura: una introducción que tenga una hipótesis, párrafos en el cuerpo que proporcionan evidencia y una conclusión que reafirme su tesis y describa implicaciones más amplias. Así, ellos podrán seguir pautas y acomodarse a las rúbricas.
Los profesores universitarios que tienen buenos resultados presentan a los estudiantes personas que les sirven como modelos a seguir. Esta es una herramienta para impulsar su motivación a mantenerse estudiando y perseverar. El/la profesor/a es ya un modelo, pero tambien se puede invitar a clase a exalumnos/as que han logrado tener una exitosa vida profesional, que salieron de ambientes similares y de las mismas aulas en las que los nuevos aprenden.
Estas son solamente unas pocas sugerencias para trabajar con estudiantes que tienen estructuras económicas y sociales que les dificultan hacer estudios universitarios. Un abrebocas para que los maestros investiguen y encuentren sus propios caminos. La investigación educativa especializada que existe debe ser consultada de manera que las contribuciones de ella incidan en el desarrollo de estudiantes como los descritos.
