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El Telégrafo
Alicia Galárraga

El pecado de envejecer

13 de diciembre de 2020 - 00:00

Crecí en el centro histórico de Quito y para mí, sus aceras, sus recovecos, sus calles empedradas y sus escalinatas, están unidos a la memoria y la nostalgia. 

Como un intento desesperado por regresar a las felices épocas de mi infancia, acudo al centro histórico una vez por semana. Tomo ponche en el Madrilón y a la señora que atiende las mesas y que me conoce desde que era niña le pregunto por la señora de la cocina:

-Se murió la semana pasada, le sacaron una muela y le dio un infarto-me contesta consternada.Yo le doy el sentido pésame, apuro un sorbo de mi ponche, dejo una propina y me retiro en silencio.

Sigo mi recorrido por este mágico sector de la ciudad, por sus calles que conozco de memoria y que podría transitar con los ojos cerrados. El día transcurre de forma rápida, se acerca el mediodía y con él, la hora de regresar a casa. Llego hasta la parada de bus ubicada en la Venezuela y antes de irme, tomo un café pasado en la Heladería Caribe. No hay mesas desocupadas así que me acerco a una señora de la tercera edad que, solitaria, ocupa una mesa:

-Si no está esperando a nadie, ¿puedo acompañarla? 

-No, no espero a nadie. Siéntese.-me contesta la anciana.

Me comenta que, antes de la peatonalización que se ha tomado ocho calles del centro histórico de Quito, bajaba todos los días en bus desde San Juan, barrio en el que vive, y llegaba a la García Moreno y Mejía. 

-Ahora es muy difícil, porque ya no hay bus que me deje cerca de la Plaza Grande y por la artrosis que sufro por mi edad, la peatonalización es un obstáculo para mí. Tengo que bajar en taxi y con mis ingresos de jubilada, no me alcanza para tomarlo a diario, así que ahora vengo de vez en cuando. Lo que siento, es lo mismo que debe sentir un indígena cuando lo expulsan de sus territorios ancestrales para empezar actividades mineras. A eso le llaman progreso, niña.

No puede seguir, sus ojos se llenan de lágrimas. Yo la escucho en silencio y me llevo sus palabras en el corazón. Pienso en mi madre que, por su edad, también tiene dificultades para movilizarse en el centro histórico peatonalizado.

Miles de dudas me asaltan y más que nada un dolor inmenso. Solo quienes hemos sido parte del centro histórico comprendemos que lo están aniquilando. (O)

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