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El Telégrafo
Efrén Guerrero

El mundo según el rock and roll: Pelearé contra la ley, ¿ganaré?.

05 de agosto de 2022 - 01:00

Les quiero contar una desgracia: el martes anterior me asaltaron y puse una denuncia. Como a muchos de ustedes, los amigos de lo ajeno decidieron embarcarse en un encuentro del tercer tipo con quien suscribe esta columna. Cuarto para las siete de la mañana, en una esquina cualquiera quiteña. Dos tipos en una moto, eso si con casco y puestos mascarilla (al menos el hampa sabe de bioseguridad). Uno de ellos me pidió el celular de malas maneras, armado de un picahielo. Uno que sabe como pueden terminar esos encuentros, les entregó el celular y pide a todas las deidades del inframundo que el joven no esté nervioso, pues una herida cortopunzante no se justifica con ningún objeto del mundo. Mientras tanto, pasan dos autos. Uno decide acelerar, y otro decide frenar y tomar una foto. Espero que mi cara de susto haya justificado el sesudo mensaje de “uy qué difícil está la situación” en redes sociales. Los tipos se van en contravía y desaparecen en la lejanía.

La adrenalina del momento se reemplaza con cortisol. El stress aumenta y se corre a la casa a bloquear teléfono y tarjeta SIM, cambiar contraseñas de todo lo imaginable y rezar a los dioses que no hayan logrado desbloquear el teléfono: ya saben, robos de identidad. Lo peor, perdí las últimas fotos de mi abuela. Eso si dolió. Una vez hecho eso, viene el bajón y el enojo inútil. Finalmente, el susodicho aparato apareció con la señal de GPS en el Centro Histórico, cerca de un centro comercial conocido por la compraventa de celulares de segunda mano.

Eso, en resumen. Un robo clásico a la quiteña. Al menos hay salud, pero hay cabreo. Estar agradecido con los dioses de que no me hayan apuñalado no es moral ni normal. No debería existir la “desgracia con felicidad”. El hecho de que con amenazas y violencia extrema te quiten tus cosas es un gaje del oficio a nivel latinoamericano  pero que, en tu país, haya escalado de manera alarmante en pocos meses genera mucho desánimo. Esto, unido esto a la espiral de violencia nacional conocida por todos, te pone a pensar “de la que me salvé”. Según estadísticas, más de la mitad de robos hacia ciudadano ecuatorianos se cometen entre Quito y Guayaquil. Mi denuncia fue realizada por medios electrónicos, y esperemos que se vaya concretando con el tiempo.

De verdad me gusta la idea de no haberme convertido en una estadística de heridos o muertos, pero lamento que no haya muchas posibilidades de que este trago amargo salga de la estadística de impunidad.  Una víctima de la delincuencia se enfrenta a un sistema de una burocracia inmensa, revictimizante y muchas veces desconectada de las graves necesidades sociales. Si con un robo hay dificultades de judicialización, imagínense con el crimen organizado, la violencia de género o la trata de personas que, a las primeras economías del mundo, con fuertes posibilidades económicas, les cuesta combatir.

En ese sentido, recuperar mi teléfono será una batalla contra la Ley, pero seguro que no se si ganaré. Esa es la tragedia del ciudadano moderno. El mecanismo que mueve el poder de imperium del Estado se ha vuelto tan complicado y desafiante que es un elemento que desalienta cualquier posibilidad de activarlo. Las horas-hombre que le toman a un ciudadano promedio impulsar estas actividades no compensan con las posibilidades del Estado. Además, como tenemos una nula confianza interpersonal, naturalmente las instituciones deben depurar y revisar por duplicado todo. Eso es un círculo vicioso del que deberíamos salir, en la hipótesis de que a los políticos les importamos, aunque sea un poquito.

Esta epopeya se lee a la luz de The Clash, tal vez el epítome del rock punk (y todo lo que le puedes meter dentro), quienes decidieron hacer un cover del clásico de la lucha contra el sistema, I fought the law. Este fue grabado inicialmente por los Crickets en el año 1960. En su grabación de 1979 en su clásico The Cost of Living (CBS), incluyen este cover como consecuencia de su curiosidad. La leyenda cuenta que el cantante Joe Strummer y el guitarrista Mick Jones estuvieron jugando con la colección de discos que estaban en el estudio Automatt, y una vez en su Inglaterra natal, decidieron grabar esta canción que cuenta como después del delito, siempre hay una retribución: Tiré una piedra bajo el sol… pelle contra la ley, y la ley ganó. Necesitaba dinero porque no tenpia ninguno… peleé contra la ley, y la ley ganó Lo importante es el tono irónico, y la fuerza de la necesidad de que la ley, por primera vez, gane. Espero que esta vez, la ley me ayude a mí.

De mi aventura con la Ley, les contaré en próximas semanas, mientras tanto, a pesar de todo y aunque el país defraude, crean en él. Y crean en el rock and roll. Nos vemos en quince días.

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