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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

El líder, ¿estorbo o necesidad?

20 de mayo de 2016 - 00:00

Érika Sylva, en la edición del 17 de mayo, plantea una pregunta: Correa, ¿estorbo o necesidad? Para Sylva es una necesidad. Y es una necesidad porque es parte de ese “juego de la historia que coloca a unos individuos” en el rol de líderes. Precisamente por ese rol, son también aquellos que se convierten en “blancos del imperio y sus felipillos”, como lo fueron Lula, Dilma, Chávez, Maduro, Evo, y nuestro propio Correa. Su crítica luego se enfoca hacia “nuestras propias filas”, donde se “alzan voces que reniegan de esos liderazgos”. “Aquí se ha llegado a afirmar que la presencia de Correa es ‘lo menos importante’”, a lo cual me siento en la obligación de responder, porque eso lo escribí yo.  

Pero comenzaré diciendo que, además de la falta de contexto, eso no es la idea completa. Mis palabras fueron: “(Correa) debería ser lo menos importante” dentro del proceso. Es decir, que no lo es. Rafael Correa se ha convertido en el proceso. Esa dinámica individual de liderazgo, necesaria dentro del proceso revolucionario, no puede ser la única dinámica dentro del proceso de cambio. Más aún, el proceso de cambio no puede detenerse si lo descabezan. Porque entonces, o bien no están dadas las condiciones objetivas para que ocurran los movimientos históricos, o bien la historia es un producto de las condiciones subjetivas, de los individuos, de los “grandes hombres y mujeres”, lo cual es regresar a la historia burguesa.

Si los individuos, y los líderes, son un producto de sus contextos, entonces el líder-individuo (i.e. el ‘Correa’, el ‘Lula’, la ‘Dilma’, etc.) no es indispensable, mientras que el líder como representante de la historia lo es. No concuerdo con esa tesis extrema de Engels sobre cómo la historia siempre ha encontrado un líder cuando ha sido necesario. Es un razonamiento circular e infalsificable. No siempre se ha encontrado un líder para llenar los espacios necesarios en el devenir de la historia, en los procesos revolucionarios y en las grandes transformaciones. Pero esa falta de liderazgos, de líderes-individuos, muchas veces son un producto de nuestro ‘subjetivismo’, nuestro apego y nuestra confianza en las capacidades de uno, y solamente uno.   

Si “el imperio y sus felipillos” van contra las cabezas del proceso es porque saben que sin esas cabezas el proceso se derrumba. Entonces no es un problema solo del imperio, sino de la estructura de nuestros procesos revolucionarios. Procesos que sin el individuo ya no lo son. Sí, la historia puede poner al individuo “cuyo talento se corresponde mejor que otro a las necesidades de la época” en el rol del liderazgo, pero no por eso podemos confundir al proceso con el individuo. Y la gran limitación de nuestro proceso es que no parece tener una base estable sin su líder. Que si bien se debe luchar para que el imperio no triunfe en sus ataques contra los líderes, también se debe trabajar para que este sea un proceso orgánico, guiado por las bases, no por las élites.

El líder no es un ‘estorbo’, hasta que comienza a serlo. No por su capacidad ni por sus errores o aciertos (de los cuales Correa ha tenido ambos). Se convierte en ‘estorbo’ cuando el resto pone toda su confianza en él (ella), cuando es el motor de la historia, cuando es el proceso. El líder es un ‘estorbo’ cuando se vuelve imprescindible al proceso. (O)

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