El hábito no hace al monje. Es la reflexión de un profesional del derecho en un reportaje sobre la decisión de junio pasado de la Corte Nacional de establecer el uso obligatorio del mallete para jueces y conjueces de ese órgano judicial; pensamiento al que nos sumamos y como lo habíamos hecho anteriormente en este mismo espacio, con otras palabras por supuesto.
Y claro la nota de prensa empezó diciendo “Corte Nacional incorpora el uso del mallete, en momentos de baja credibilidad del sistema de justicia”. Y es que esa es la realidad de la justicia en el país, y ahí me viene a la mente que no son las formas sino la esencia lo que hace plausible la actitud de un funcionario público, puesto que desde el 2020 se usa toga y muchas de las resoluciones de los togados han sido cuestionadas y la rémora en el despacho de las causas una constante, puesto que la toga ni el mallete cambia la estructura de la persona que se requiere para administrar justicia.
El uso del mallete así como la toga no son nuestros. Su incorporación al ritual judicial, es como aquello que pasa con el juramento que se toma en las audiencias. Se pide alzar la mano, y en veces hacerlo en nombre de Dios, cuando en ninguna parte de la ley procesal dice hacerlo de esa manera; por lo que, como van las cosas pensaría que solo nos hace falta que pongan la biblia y por último un Cristo a la vieja usanza de la justicia peruana.
Sin lugar a dudas, que somos un pueblo olvidadizo, un pueblo de poca memoria. Y es bueno entonces refrescarnos, señalando, que la implementación de la toga nació en la Fiscalía General del Estado, así como el uso del mallete en Cuenca, en el Juzgado Segundo de lo Penal y luego en el Tribunal Penal cuando quien escribe esta nota era juez y el actual presidente de la Corte Nacional, agente fiscal en la década pasada.
Habíamos escrito, que pensar que la toga y el mallete curan las heridas de la deficiente actuación judicial a esta edad de la administración de justicia en el Ecuador, es una falacia.
