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El Telégrafo
Sebastián Endara

El fracaso de la economía solidaria

14 de diciembre de 2022 - 00:00

La economía social, popular, solidaria, en cuanto concepto, surge fuera de los imaginarios sociales. Es decir, si revisamos la historia, son las instituciones y no las comunidades las que posicionan esta perspectiva, que en espacios populares aparece como impostada, no se entiende y no se comparte su punto de vista en la medida que no muestra alternativas reales ni objetos diferentes que la inclusión de mayores porciones de la población en los circuitos del mercado formal, digamos del sistema capitalista financiero global.

En este punto es necesario preguntar sobre la significación y alcance de lo social, puesto que es precisamente la figuración de lo social y su tratamiento dentro de los márgenes de comprensión del mercado y de sus fuerzas inexorables, uno de los productos más logrados de la “inclusión”, y al mismo tiempo que demuestra la totalidad del sistema hegemónico del capital. Así, la economía social y solidaria no transforma el mundo, es decir no es contrahegemónica en el sentido clásico del término, sino que es plenamente funcional al pensamiento único.

Por otro lado, la solidaridad, también enmarcada en esos vectores oficiales, tiene sentido únicamente en razón de ese “objetivo mayor” que articula la razón de ser del sistema capitalista, ligado a la ampliación del interés propio. La súper-ampliación del interés propio (gracias a la inclusión) reduce el interés en lo común, que, no obstante, es la única garantía del autodesarrollo, me explico; el individuo libre, solo lo es en cuanto existe un marco general que le protege y que garantiza su libre ejercicio.

Sin un proyecto político diferente, expresado en otras formas económicas, levantado sobre otros sustentos éticos y valóricos, y una expresa fundamentación en la relevancia de lo común, la economía social y solidaria es un excelente medio de colonización. Y si aún se insiste en su condición alternativa, además de ser un mecanismo de colonización, se convierte en un síntoma de enajenación y extrañamiento, que debilita a las tendencias críticas ante la imposibilidad de conciliar con éxito sus postulados fantasmales con la realidad de las motivaciones cotidianas. ¿Cuál es la salida? Para empezar, reconocer el fracaso, y quizá, pensar precisamente en el fracaso como alternativa.

 

 

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