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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

El fin del mundo y el último lector

26 de abril de 2017 - 00:00

Son terapéuticos los encuentros con ciertas amistades, porque te prestan un par de axês que previenen la idiotez. Esas amistades son libros abiertos, de bembeteo fascinante, encantan con sus verbas y tienen dosis precisa de humor para el flow de la conversadera. Este jazzman proviene de la oralidad de abuelas y abuelos (esas lecturas con los oídos) y de la cultura de la esquina, ahí donde se procesa el transcurrir de las vidas públicas sin más alardes verborreicos que la abundancia de lecturas.

Todo es lectura. Una caramba fuerte y clara: no se lee por placer, aquello es una mentira impuesta y repetida por falsos lectores. Se ha leído, se lee y se leerá por necesidad; en la demanda de aprender y bellas ideas está la oferta de lectura. El afán de ser menos mentecato cada semana nos impone una cuota de lectura, incluidas las imperfectas de esta página.

Alguna vez con César Hernández Cevallos, una de esas amistades de mi vecindario cimarrón y diverso, le poníamos preocupación a las campañas de lectura y la aún ínfima comunidad lectora. No hubo que meterse en el túnel del tiempo para recordar el día que empezamos como leedores, en mi caso, don Benito Montaño solía llevar, hacia el mediodía, el periódico (diario El Universo) y con un raro convencimiento decía: “Toma, lee”. Apenas había sobrevivido al terremoto de 1958 y faltaban años para la escuela, así es que mi interés estaba en los dibujos de Pochita y Bombolo. Los textos de las nubecitas me los inventé hasta el día que logré descifrarlos, había aprendido a leer y meterle ansia al aprendizaje.

Los imprescindibles de nuestros procesos políticos y comunitarios nacieron de la lectura. Malcolm X renació para la negritud mundial después de siglos de lectura, Fidel Castro invirtió hasta el último minuto en leer, Gabriel García Márquez fue lector de vista y oído (no importa el orden), Hugo Chávez terminó por ser sus lecturas; Juan García Salazar, otro infatigable lector de oído y vista; ahora usted, amable lectora o lector, complete la lista. Las inconformidades políticas son pensadas, entendidas y cumplidas en revoluciones por gente lectora. Solo cuando se juntan el hambre y la necesidad cacuménica se producen comunidades lectoras.

Uno de estos años estuve en Cuba, se cumplía su habitual Feria de Libros, en el antiguo fuerte militar La Cabaña. Me quedé boquiabierto al observar las kilométricas filas de bibliófilos; es posible que no sea el único país, pero son esas virtudes que se desean para el propio. Está cantado el fracaso de todas las campañas de lectura, así se instale una biblioteca en cada barrio, si no se crea la necesidad del libro y su variedad temática. Esa demanda bibliofílica del cuerpo debe comenzar en los primeros años de la niñez, porque después será calvario para profesorado y estudiantes. Hay un Día Mundial del Libro y la Lectura, porque la bibliofobia es una amenaza para la democracia por las ciudadanías malformadas y desinformadas. (O)

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