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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

El fin de la idiotez laudatoria

30 de septiembre de 2015 - 00:00

Ocurrió la guerra, pero no fue de Concha, sin cuestionar su liderazgo; tampoco hubo tal revolución en los términos que los historiadores la han escrito y aún la escriben por terquedad racista.

Apoyándose en una historicidad ultrapanegirista han negado la capacidad revolucionaria, histórica por cierto, del Pueblo Negro del Ecuador. Estos historiadores, sin importar el pelaje izquierdoso o derechoso, se atienen al ‘yo te pienso y después te juzgo’, muy a la esencia colonialista. Aquello que se tiene por historia, que aún se mal estudia en las instituciones académicas, son vainas raras con prescindencia de los pueblos afroamericanos, sus mujeres y hombres.

Los indígenas existen en función de eternos derrotados y víctimas irremediables, a quienes hay que socorrer con los crucifijos redentores de la bondad blanca (en términos políticos, sociales y culturales). Bonita cosa, eso se entiende como la ‘colonialidad del poder’ en América Latina: unos victimizados en un mar de tinta e imágenes y otros negados en el mismo líquido y pensamiento.

A los Pueblos Negros de las Américas se los retrata desde la esclavitud (el cimarronismo político ha corregido: ‘esclavización’), la historicidad biológica de las razones (evitar la desaparición física de la población indígena) y el ninguneo causado por las sombras espesas y sin fin de los próceres. Hay excepciones ecuatorianas, por ejemplo, el maestro Juan García Salazar (muy pocos como él), Jorge Núñez, Gustavo Pérez, Rocío Rueda y dos o tres más.

Esos pocos nombres ecuatorianos retratan la muchedumbre de historiadores escribiendo pendejadas sobre el Pueblo Negro del Ecuador (y de las Américas). La Segunda Independencia de los países latinoamericanos, estimados académicos del siglo XXI, transcurrirá al cambiar la hermenéutica, devolverse a la historiografía que comprenda los verdaderos largo y ancho del liderazgo de sus próceres y las andaduras de los pueblos protagonistas de asaltos a los cielos excluyentes.

Hay que llamar a esa etapa de la historia del Ecuador y de Esmeraldas por lo que fue y no por la ‘ahistoricidad’ (sin importar la abundancia de panegíricos): guerra civil. No ‘de Concha’ y de ninguna forma ‘su’ revolución, la gente negra ecuatoriana no debe continuar en esa zoncera laudatoria. En palabras del Abuelo Zenón: “Cuando la voz de los mayores cuestiona la certeza del presente, entonces las nuevas generaciones tienen que echar una mirada al camino recorrido para medir lo andado y para corregir el rumbo que llevamos, si fuera necesario”.

La sabiduría del Abuelo Zenón conmina a mirar el continuum de la historia desde la resistencia palenquera indoafricana (liderada por Alonso de Illescas) hasta ese 24 de septiembre de 1913 y después el armisticio de 1916.
Con el hermano Édizon León concluíamos que, de no haber una agenda política escrita del Pueblo Negro, debió discutirse en cabildos emancipatorios tres líneas maestras: libertad, derechos y progreso. (O) (Intercultural)

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