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El Telégrafo
José Velásquez

El acoso laboral y otras yerbas venenosas

14 de junio de 2021 - 00:34

Ellen DeGeneres es una comediante estadounidense que gana en promedio unos 50 millones de dólares al año por su programa de televisión. Pero hace pocas semanas anunció que la temporada de episodios que está por empezar será la última a raíz de una serie de denuncias de maltrato laboral y actitudes racistas dentro de su equipo de trabajo. En cuanto se destapó la olla, la audiencia empezó a disminuir y muchos auspiciantes decidieron alejarse.

Y claro, alguien podría decir que se trata de un caso aislado o que los gringos son exagerados pero basta con sentarse en el escritorio de la oficina para estar expuesto a un comentario agresivo, una instrucción discriminatoria o un trato injusto.

El acoso laboral tiene tantos rostros que a veces se camufla en hechos cotidianos y aparentemente inofensivos como chistes que generan desgaste o apodos que alimentan prejuicios. Y así como la antipatía no puede ser un pasaporte a la discriminación, las jefaturas no deben guardar posiciones ambiguas: o son parte de la solución o son parte del problema. Un supervisor administra recursos y su recurso más valioso es la gente que lo rodea. Por eso, cuando un director genera o permite chismes está contaminando el lugar de trabajo y cuando directamente auspicia este tipo de ambiente tóxico termina convertido en un árbitro de la injusticia. Ambos casos abundan en nuestras oficinas en clara señal de un profesionalismo tercermundista. Y así llegamos al jefe abusador, que directamente lanza las zancadillas, impide el desarrollo profesional, privilegia a favoritos y margina de manera selectiva. Y de esos tenemos para exportar.

El Código del Trabajo incorporó en 2017 la figura del acoso laboral con sanción de visto bueno y despido. Pero el volumen de denuncias es relativamente bajo porque los empleados no confían en el sistema y temen enfrentar a los colegas o a los gerentes. En Colombia, por ejemplo, se estima que solamente el 2% de los trabajadores que se sienten afectados acuden al departamento de Recursos Humanos. 

A ningún ejecutivo le gusta una persona “problemáticay más bien ponderan a los que no se quejan y soportan evidentes abusos laborales. Quizás les interese un poco más el mal clima laboral cuando afecte a la productividad, cuando pierdan el juicio laboral o cuando el valor de la marca sufra, como en el caso de la comediante DeGeneres.

Por eso el Banco Interamericano de Desarrollo auspicia iniciativas piloto de denuncias electrónicas y confidenciales en Panamá, Colombia, Perú y Bolivia. La idea es que las instituciones públicas y privadas tengan un termómetro interno para medir el nivel de satisfacción de sus equipos.

Detrás del hostigamiento laboral se esconden varios de los monstruos que nos anclan como país. Hay racismo, regionalismo, clasismo, complejos de inferioridad, mediocridad, envidia, ambición sin escrúpulos y falta de profesionalismo. Sin embargo, el más grave posiblemente es el machismo que suele derivar en acoso sexual o en actitudes discriminatorias de género, como salarios más bajos.

Es desalentador que la gente maltratada no denuncie. Es indignante el juego de la victimización por parte de la persona que ejerce o permite el abuso. Y es decepcionante cuando los colegas reaccionan desde el miedo o la conveniencia. Al final, este círculo asquerosamente vicioso no hace más que hundirnos en un nudo de malas prácticas. La legislación existe pero lo que escasea es una cultura laboral de valores, porque hemos normalizado el uso de distintas varas para medir a la gente y el imperio de las y los favoritos como fuerza de choque de la jefatura amiguera, cómplice y abusiva.

Hace muchos años fui testigo de cómo la empresa para la que trabajaba despidió a un presentador de noticias por haber maltratado verbalmente a un pasante. Luego nos reunió uno de los accionistas principales y nos recordó que el respeto se practica hacia arriba y hacia abajo. En Ecuador aún creemos que la lealtad y la justicia es una calle de una sola vía, y por eso nos estrellamos todo el tiempo. Nunca es tarde para alzar la voz.

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