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El Telégrafo
Sebastián Endara

La educación y el desarrollo

19 de enero de 2019 - 00:00

El lugar común nos decía hasta hace poco, que la educación era fundamental para el desarrollo de los pueblos, pero ¿qué pasa cuando el concepto de desarrollo entra en crisis?, cuando se cuestiona la idea de que el tan ansiado desarrollo, sea en realidad un horizonte útil para nuestros pueblos; porque el desarrollo de un pueblo debería medirse por el grado de convivencia en armonía entre las personas, por el grado libertad de opinión y pensamiento, por el grado del desarrollo de la justicia y los derechos humanos, por el grado de equidad y equilibrio económico entre los habitantes, en definitiva, por el grado del acceso concreto de todas las personas a los beneficios y ventajas de la cultura, la ciencia y la tecnología.

Un vistazo rápido a nuestras realidades nos revelará que aún estamos lejos de tener todos estos beneficios de la supuesta sociedad desarrollada, y que incluso, si miráramos a las llamadas sociedades desarrolladas, nos encontramos con atrocidades y contradicciones sociales que las descalificarían como “desarrolladas”. Esto me lleva a pensar que la educación juega un papel determinante en la construcción de la sociedad del futuro, pero para ello debe partir cuestionando y criticando no solo la realidad en la que se vive, sino sus ideas movilizadoras (como la idea del desarrollo).

Decir que “la educación es el motor del desarrollo” sin poner en duda los reales alcances del desarrollo, es realizar un ejercicio irreflexivo que compromete la razón de ser de la educación como la posibilidad crítica de “transformación” social para el beneficio de todos, y más bien alinea a la educación a los intereses de un sistema maldesarrollador, inequitativo, antisolidario y antisocial que va empeorando las condiciones reales de vida de los pueblos.

La educación por ello debe propender a crear un ser humano feliz de vivir su vida en la maduración de todas sus capacidades, pero ello no se puede dar si la comunidad entera de seres humanos no tienen la posibilidad concreta de vivir su vida gozando igualmente de la maduración de sus capacidades.

Que haya gente feliz viviendo a expensas del padecimiento de otros es la mayor evidencia de que el desarrollo es una idea que se debe superar. La gente feliz y plenamente florecida será gente amable, generosa, solidaria a condición de que todos lo sean. Será gente diversa y respetuosa de las diferencias, que no actuarán por miedo, sino por amor y plenamente conscientes de que la libertad empieza en la libertad de todos. (O)

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