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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

‘Don Nica’ llega al infierno

25 de enero de 2018 - 00:00

“Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”, inicia su soneto el poeta mexicano Enrique González Martínez ante una poesía que, aunque era el modernismo iniciado por Rubén Darío, precisaba de nuevos aires. Así como la pintura, donde una corriente interpela a la anterior y después, caso curioso, regresa a los clásicos, la literatura no es una pieza de museo. El siglo XX le debe mucho a Chile: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Gonzalo Rojas y una vuelta de tuerca más a la palabra: Nicanor Parra, quien acaba de morir a los 103 años en su ley: la antipoesía, palabra subversiva. Por eso hay las voces que claman en el desierto. Son los proscritos y profetas, a quienes muchos piden sus cabezas.

En Versos de Salón escribió: “Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne. Hasta que me instalé con mi montaña rusa. Suban si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por boca y narices”.

En el prólogo de la antología Poemas para combatir la calvicie, Julio Ortega da con la clave: “Si César Vallejo para armar su dicción transformó normas de habla codificada que provenía de la liturgia, la antítesis quevediana, el arrebato del himno, y que incluía fórmulas regionales y familiares, Parra ha tenido en cuenta la canción octosilábica, la tradición métrica -especialmente el endecasílabo-, la dicción isabelina y el dialoguismo civil de la moderna poesía inglesa; por otra parte, el esquema y el diagrama propio de los lenguajes de la ciencia y la lógica”. En Manifiesto, cuando dice que los dioses bajaron del Olimpo, se lee: “Nosotros repudiamos / la poesía de gafas obscuras / la poesía de capa y espada / la poesía de sombrero alón. / Propiciamos en cambio / la poesía a ojos desnudo…”.

Leila Guerriero, en una crónica de El País, cuando lo entrevistó en su casa donde soportaba la indiferencia, escribió: “Es un hombre, pero podría ser un dragón, el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a un terremoto”. Cuenta que cuando tenía 55 años asistió a un encuentro de escritores en Washington y que, a mala hora, inesperadamente la mujer de Nixon les invitó a tomar el té. Ahí nomás llegaron las denostaciones, mientras ardía Vietnam. Así somos, no solo matamos a nuestros héroes sino también olvidamos a nuestros poetas, hasta que se cumplen 100 años de nacidos. “La derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas”, dejó como sentencia el antipoeta ‘Don Nica’. (O)

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