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El Telégrafo
Mariana Velasco

Dignidad, bien preciado

23 de septiembre de 2020 - 00:00

“La vejez es lo único que llega sin esforzarnos para conseguirla”, dijo Cicerón. Advertidos de su arribo, hay que trabajar para lograr vivirla de forma adecuada. El envejecimiento, cuya definición bastante ajustada a la realidad científica es la que toma como base referencial las pérdidas en nuestros mecanismos de reserva y, ligado a ellas, el incremento progresivo de la vulnerabilidad y claudicación ante cualquier tipo de agresión externa. Es decir, adaptarse a paulatinas pérdidas.

La ciencia informa que el ser humano nace con un margen de reserva enorme en todos los órganos y sistemas. Son provisiones funcionales que se las pierde —o consume— a lo largo de la vida, mientras la dignidad del ser humano, único bien preciado, debería permanecer intacta. Ni las limitaciones que acompañan el proceso de envejecer, ni las diversas formas de agresión a que puede verse sometido el colectivo de más edad, constituyen argumentos suficientes para una pérdida de honorabilidad individual ni colectiva.

Los jubilados de nuestro país son ejemplo de honra y amor propio en su lucha, aunque con dolor, indignación e impotencia, constatan cómo desde el Estado y sociedad, los ancianos son vistos como un homogéneo, englobado en personas “adultos mayores” donde se dispersa y reduce el valor de la historia individual de cada uno y que, el paso del tiempo y una larga vida, ponen en duda la sabiduría de la experiencia y de pérdidas.
De la vejez se habla, la mayoría de veces, desde estereotipos y prejuicios. Es necesario, ser conscientes de que esa realidad plagada de actitudes negativas y discriminaciones provoca en este segmento poblacional graves perjuicios en todas las esferas de su vida. Muchos se dan por vencidos y claudican de gestionar su propia vida al cargar una pesada cruz, cuando a sus años, bastaría una mochila liviana.

Al subir la cuesta del suspiro, el afecto cultivado de las amistades es un soporte cuando pinta canas, porque la soledad es la peor compañera: ensimisma, entristece, deprime, produce erosión cognitiva. ! Envejece ! Razón tenía Pitágoras al asegurar: ‘envejece bien, quien ha vivido bien.’

En el otoño de la vida, hay seres sumidos en situaciones de riesgo bio-psico-social que acumulan como si fuesen a vivir más, conviven en casa o en calles con numerosos animales en condiciones de insalubridad, abandono y depresión. No lograron esquivar los síndromes de Diógenes, Mayordomo o Noé.

La lección aprendida es que sólo existe el presente. Mañana es improbable. Vivir hoy, rodeados de amor y ternura para llegar al final sin depender de otros, será haber aprendido que la vida en la tierra es un paso, el amor un espejismo y la amistad un hilo de oro que se rompe con el descanso eterno; porque la infancia pasa, la juventud le sorprende, la vejez la reemplaza y la muerte la recoge.

Habrá tiempo para pedir cuentas al Ministerio de Salud, si dentro del estado de excepción y la emergencia sanitaria, demandó la aplicación de planes de prevención y contingencia en los ancianatos y centros de reposo del país-públicos y privados- para evitar el contagio del Covid-19 de este porcentaje de población que, por su condición vulnerable, corrió mayor riesgo. Temo malas noticias.

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