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El Telégrafo
 Ricardo Hidalgo Ottolenghi

¿Detecta mentiras el detector de mentiras?

29 de junio de 2022 - 06:00

Hace poco, un personaje público preguntaba al presidente Lasso en un tuit si “¿estará dispuesto a pasar un detector de mentiras?”. No es la primera vez que alguien alude públicamente a la prueba del polígrafo como una manera de discriminar la verdad de la mentira; de hecho, se ha destacado recientemente que un exgeneral de Policía “no pasó la prueba del polígrafo” como uno de los motivos para justificar que no fue ascendido.

En el pasado, un exfuncionario del Estado afirmó que para “garantizar la seguridad ciudadana” someterá a 4000 policías de la Policía Judicial a esta prueba “que tiene una certeza del 95% y que de manera científica se ha demostrado que se encuentra después del análisis de ADN” (sic).

Pero ¿qué es un polígrafo? En 1915, un catedrático de la Universidad de Harvard desarrolló un aparato al que llamó "detector de mentiras”. El instrumento realizaba mediciones continuas de la presión sanguínea, bajo el argumento de que esta constante fisiológica se incrementa cuando una persona miente. A partir de entonces, y con el objetivo de darle mayor fiabilidad a la prueba, se añadieron mediciones del ritmo cardiaco, frecuencia respiratoria y producción de sudor, surgiendo el nombre de "polígrafo". Está claro entonces que este instrumento no es un “detector de mentiras”, solo es un aparato que mide la intensidad de distintos tipos de reacciones fisiológicas que tienen orígenes diversos, y que no se derivan exclusivamente del acto de mentir.

Después de más de un siglo de uso, el polígrafo ha generado y sigue generando una gran controversia respecto de su utilidad. Así, por ejemplo, un informe de la Sociedad de Psicología Británica señala que el miedo o la ansiedad de una persona inocente a ser injustamente declarada culpable, podrían desencadenar una reacción más fuerte al enfrentarse a una pregunta relevante que ante una pregunta irrelevante.

Por otra parte, tras 18 meses de estudio, el año 2003, la Academia Nacional de la Ciencia de los Estados Unidos concluyó que "las pruebas poligráficas son completamente inválidas como un instrumento diagnóstico para determinar la verdad" y, según los expertos, lo más  grave es que,  los "falsos positivos" (casos en los que se afirma que el sujeto miente, aunque no haya sido así) son muy frecuentes, entre otras razones porque hay demasiadas situaciones en las que se pueden producir cambios de la presión sanguínea, ritmo cardiaco, sudoración y ritmo respiratorio sin necesidad de mentir.

Otra crítica se refiere al difícil rol y excesivo peso que tiene el examinador, pues, el resultado de esta prueba depende en gran medida de las habilidades individuales que tenga el poligrafista.

En otro orden, tampoco se puede soslayar el intento del “culpable” de engañar a la máquina. Por ejemplo, el examinado podría intentar aumentar la intensidad de sus respuestas fisiológicas ante una pregunta sin interés, o disminuir la intensidad de sus respuestas ante una pregunta relevante. Lo primero podría hacerlo, por ejemplo, mordiéndose la lengua justo antes de responder y lo segundo mediante técnicas de relajación (imaginar que se encuentra en una playa apacible).

Ahora bien, desde la óptica del método científico, la investigación sobre pruebas diagnósticas tiene como objetivos estimar la capacidad discriminatoria de una prueba para distinguir entre lo que se busca y lo que no se busca (sensibilidad-especificidad), determinar el rendimiento de esta (valores predictivos) o evaluar la utilidad y satisfacción de un procedimiento.

La utilidad de una prueba diagnóstica depende de su capacidad de producir los mismos resultados cada vez que se aplica en similares condiciones (fiabilidad) y de que sus mediciones reflejen exactamente el fenómeno que se intenta medir (validez o exactitud).

Tomando como referencia uno de los estudios más serios sobre el tema, titulado “Valor predictivo del polígrafo: ¿puede el detector de mentiras realmente detectar a los mentirosos?” realizado por el profesor Michael Phillips de la Escuela de Medicina de Chicago; el polígrafo, tiene una sensibilidad (capacidad para detectar a los culpables) del 76%, frente a una especificidad de 63% (capacidad para detectar a los inocentes). Por lo tanto, su principal problema es que podría clasificar como “culpables” a un alto número de personas inocentes, debido a su baja especificidad.

Si en efecto, practicáramos la prueba a 4000 policías, y asumiendo que la prevalencia de “mendaces” es del 5% (similar al estudio de Phillips), podemos colegir que 200 policías serán “culpables”, de los cuales, el aparato solo detectará a 152, y los 48 res-tantes pasarán el polígrafo como “inocentes”, siendo culpables (falsos negativos). Sin embargo, lo más preocupante es que de los 3800 policías inocentes, 1404 serán catalogados como “culpables” (falsos positivos).

¿Cómo es posible que se siga usando esta prueba tan poco fiable?  La prueba tiene tan poco valor predictivo que, si hubiese sido aplicada en Medicina, hace rato que hubiera pasado al museo de aparatos inservibles.

Con estos antecedentes, la prudencia debería guiar cualquier decisión sobre la verosimilitud de los resultados poligráficos, especialmente cuando el precio del error puede acabar con la carrera de cientos de individuos honestos.

Como dijo irónicamente un investigador norteamericano, "el polígrafo descubre incrementos abruptos en el ritmo cardiaco, presión sanguínea y sudoración. Por lo tanto, esta máquina es un detector muy fiable de orgasmos. Pero ¿detecta mentiras? Solo si uno está fingiendo un orgasmo".

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