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El Telégrafo
Alicia Galárraga

¿Dónde llorar?

10 de mayo de 2020 - 00:00

Es la pregunta que se hacen las madres de los desaparecidos en este Día de la Madre. Y no hallan respuesta; algunas, hace más de una década.

Es el caso de Zoila, cuyo hijo, Luis, desapareció en enero del 2004. O de Yanera, que lleva sin escuchar un "feliz día de la madre" de labios de Geovanna, su hija, ya casi 10 años.

Las madres de los desaparecidos no pueden ir a una tumba para llorar a sus hijos, para recordarlos, llevarles flores, entonarles cánticos o rezarles. Además, ¿no se supone que son los hijos quienes entierran y lloran a las madres y no al revés?

¿Cómo se vive con el alma partida, destrozada, despedazada, agujereada, desbaratada?

Cuando un hijo desaparece, es en vano controlar los sollozos enojados, queditos, desesperados, lastimeros.  A ratos, del sollozo se pasa al grito, a la pérdida de fe, al reclamo a ese Dios que, se supone, todo lo puede y lo sabe.

¿De dónde sacas fuerzas para no perder la razón y la compostura ante la indolencia y desidia de los agentes de policía que te dicen que tu hija no aparece porque se fue con el novio y que para qué la van a buscar, si así mismo son las chicas? Que ellos, en sus innumerables años de experiencia, han visto a muchas chicas desaparecer por voluntad propia para regresar luego con un hijo o embarazadas; ¿a qué horribles monstruos, desalmados y sin corazón, están cebando y dejando en impunidad estos malos elementos policiales?

¿Cómo haces para seguir viviendo cuando lo único que te queda de tu hija es su fotografía, con la que sales a las marchas que le organizas o con la que te sientas en las oficinas de las dependencias judiciales, mientras esperas un día más por respuestas que nunca llegan?

¿Puede existir algo más cruel y devastador para una madre que no tener una tumba donde ir a llorarle a su hijo porque está desaparecido?

A las madres de los desaparecidos se les apagaron la alegría y los sueños. Si siguen vivas, si no han enloquecido es gracias a la esperanza de volver a ver y abrazar a sus hijos; de escuchar su voz y sus risas de nuevo.

En un baúl que los años de búsqueda han oxidado, guardan el recuerdo del último día en el que vieron a sus hijos. Lo estrujan en sus pechos y se susurran a sí mismas "Feliz día de la madre"... (O)

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