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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Los duendes andan por Carchi

31 de enero de 2019 - 00:00

Con diferentes nombres los duendes y su mitología están presentes en todo el orbe. En España, en la zona norte, se llaman trasgos, y solo piden un abrigo cada año y un pozuelo de leche; están los elfos nórdicos; los gnomos. En Ecuador, hay de varios tipos: riviel, en Esmeraldas, tintín en Manabí, chuzalongos en Imbabura… Cada uno tiene su diferencia.

Los duendes de Carchi son melódicos y enamoradizos: les encanta la música y son bailarines. Por eso viven cerca de las cascadas, donde permanecen en sus mágicas celebraciones. Viven en sitios inaccesibles y “pesados”, es decir de mala energía. Cuando alguien los ve, no pasa nada. Pero cuando un duende o una duenda mira primero, inmediatamente la persona queda “enduendada”.

Por ese motivo acuden a sus llamados en lo que se denominan las malas horas: seis y doce, de la mañana, tarde y noche. Aparentemente, son atraídos por la maravillosa música que entonan y los duendes -como en todo el mundo- son traviesos. Estos seres mágicos los colman de obsequios y de pasteles, pero cuando el “enduendado” llega feliz a su casa, las tortas son en realidad majada de ganado, aunque el encantado siga insistiendo lo contrario, así lo cuenta Rosa Cecilia Ramírez, una incansable promotora de la cultura de Mira.

A diferencia de los duendes de características indígenas, como el chuzalongo, que vive en la Sierra central y que es un tanto sátiro, los duendes de la zona de Mira son más bien juguetones. Su rostro no tiene verrugas y son hermosos. Las duendas, según dicen, tienen la cabellera larga. La música es de apariencia celestial, porque los duendes son espíritus o ángeles caídos.

Tienen un sombrero de ala ancha y sus trajes son de colores brillantes. Eso sí, se desplazan a varios centímetros del suelo y cuando escuchan aullidos desaparecen. Acaso, los duendecillos que viven en Carchi se acercan más a la mitología europea que a la andina. Por eso, no hay que olvidar llevar un collar de ajo para que los duendes corran despavoridos. (O)

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