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El Telégrafo
Juan Carlos Morales

Cantuña y el diablo burlado

21 de enero de 2021 - 00:00

Hace unos siete años, según revelan las ilustraciones de Roger Ycaza, inicié el proyecto de reescritura de una de las leyendas más emblemáticas del país: Cantuña. La primera versión es del padre Juan de Velasco y la del atrio de Federico Gonzáles Suárez.

El párrafo precursor dice así: “El año de 1574 murió Cantuña, indiano nativo de la ciudad de Quito; y con su muerte se declaró el gran misterio sobre los tesoros de los incas Atahualpa y Huaynacapac, escondidos por el tirano Rumiñahui”. Obviamente, es una versión colonial, parte del proyecto criollo de construcción de un país posible donde –a los ojos del clérigo e historiador- se necesitaba de una doctrina por lo que Rumiñahui aparece como opuesto a la evangelización.

Era necesario crear un inicio utilizando las técnicas de esta época y conociendo que, como dice Borges, cada autor crea sus propios precursores. El primer párrafo tenía que ser contundente (cuento esto porque en la versión final tuve que modificar todo). Estaba el ejemplo del catalogado como el mejor inicio de novela del siglo XX: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, de Gabriel García Márquez.

Claro que no podía iniciar así, primero porque después tendría que poner a la dinastía de los Buendía, los artilugios de Melquiades y el genio del Gabo, así que preferí utilizar otro principio memorable, esta vez de Fran Kafka, porque se requería –pensando en lo que sentiría Cantuña- despertar de una horrible pesadilla, frente al caos de su mundo. Agregué un guiño de Memorias del Fuego, de Eduardo Galeano, una frase del Otoño del patriarca, sobre las naves, una evocación de la obra de Emily Brontë, un poema épico y quedó así:

“Cuando entreabrió los ojos, después de un sueño premonitorio, Francisco de Cantuña miró a la distancia las cenizas aún humeantes de Quito e imaginó que detrás de las montañas borrascosas emergían las tres carabelas. Otra vez, bramó el relámpago.

Hace poco, en Cajamarca se había oscurecido en la mitad del día”.

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