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Cinco valientes mujeres decidieron develar el abuso sexual del que fueron objeto hace más de 20 años por Alcides P., el entrenador y dueño de un gimnasio ubicado al norte de la capital.
No es raro que se hayan tomado tanto tiempo para hablar. Contar lo vivido puede tomar años y darse en muy distintas edades, dependiendo de una multiplicidad de variables. No existe un único patrón. Veinte, treinta años pueden ser comunes como plazos para asumir que el abuso formará parte de la biografía de una persona.
En Ecuador, de cada 11 mujeres víctimas de violación, 7 son niñas. El 80% de estos casos son cometidos por personas que forman parte de su círculo íntimo o de confianza. Cuando estas personas ocupan lugares destacados en su cotidianidad -por ejemplo, si se trata de un docente o de un líder espiritual-, escapar de esta situación se vuelve aún más difícil, pues la confianza funciona como vía regia para el abuso sexual, y también como camino para silenciar a la víctima.
Alcides P. hizo uso del contacto y la confianza que tenía con las niñas que entrenaba y con sus familias, esto sumado a la nula regulación que la educación informal (academias de idiomas, de deportes o actividades culturales) así como las actividades de ocio tienen en el país, crearon un terreno fértil para que cientos de niñas, por años, queden a merced de este predador sexual.
El Estado ecuatoriano tiene la obligación de regular estos espacios, como también tiene la responsabilidad legal y ética de reconocer patrones de violencia, de prevenirlos, de atender y reparar a las víctimas de estos flagelos y de educar a toda su población.
Hoy, las víctimas de Alcides P., tras romper el silencio, han iniciado la campaña “Seremos las últimas”, buscan a más víctimas, pero también verdad, justicia y reparación. Han comenzado con pie derecho, el gimnasio fue cerrado como medida de prevención.
Evitar que este ofensor sexual -disfrazado de entrenador de gimnasia- siga en contacto con niñas es lo siguiente. ¡Apoyémoslas! (O)
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