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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Una calle secreta de Quito

06 de diciembre de 2018 - 00:00

Hay calles secretas de Quito, para quien las conoce. Y, para eso, hay que recorrer a pie sus vías, especialmente en su Centro Histórico. Del libro Historia de las calles de Quito, editado por Trama e ilustrado por Mauricio Jácome Perigüeza, el autor también de estas líneas comparte estos textos de esta ciudad eterna.

Primero, la calle Benalcázar: Cuando Sebastián de Benalcázar llegó a Quito, en 1534, había aún un olor a ceniza en el aire de la ciudad destruida. No importaba porque ya la había fundado a lo lejos. Por ordenanza, se creó la Calle Real, eje del trazado de la urbe. Se llamó también Calle Angosta, y los primeros historiadores creían que era la senda prehispánica que unía el Templo del Sol (Panecillo) con el Templo de la Luna (San Juan).

Las familias quiteñas poderosas no se contentaron con sus patios de pileta y las llamaron por sus apellidos, como si al nombrarlas así las poseyeran: Calle Sáenz la denominaron, por las charreteras de un general, más tarde Calle del Correo. En la vía está la Casa del Toro, con una escultura que recuerda el séptimo trabajo de Hércules, con el toro de Creta.

Al frente, la estatua de Benalcázar mira hacia lo que fue su antiguo solar. No tuvo tiempo para levantar su morada ni mirar la ciudad, que crecía en donde antes caminaban otros dueños. Andaba con un sueño insaciable y para sus encuentros con los nativos tenía un traductor para una sola palabra: oro.

Ahora, parte del relato de la Venezuela: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las vírgenes de madera. Los devotos iban a la Calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus pecados.

Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus masacres a los indígenas. Iban a las capellanías a pagar misas para toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas atormentadas... (O)

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