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El Telégrafo
José Gonzalo Bonilla

Y la señora Michita le creía por sentido común

31 de julio de 2019 - 00:00

El ser humano siempre está en permanente búsqueda de la verdad, esa verdad que le dé seguridad y autoridad. No importa cuán verdadero sean un juicio, un pensamiento o una doctrina, sino cuánto le habilite para dominar al Otro o apropiarse del mundo. En la jerga popular se habla de “le jugó a la psicológica”.  

La verdad es entendida por ingenuos como la copia del pensamiento sobre la realidad. Nada tan fácil como equivocado. Y así creen que para representar su realidad están los conceptos, las fotografías, las estadísticas o la misma “realidad”. Como si la realidad no se escamoteara a nuestros ojos. Por ejemplo, una fotografía puede tener diferentes lecturas. Así, desde el momento en el cual el fotógrafo acercó su ojo al visor hasta la percepción del observador frente a una foto que se presenta como testimonio jurídico o documento social, la lectura es diferente.

Cuando le preguntaron al maestro Ramón Gómez de la Serna qué opinaba acerca de la pornografía. Él respondió que todo depende de la mirada. Pues, si observo una fotografía catalogada como pornográfica, lo hago desde mi perspectiva. Quizá lo más cercano a la verdad sea que la foto haya captado el momento más erótico de la pareja que es fisgoneada, observada o fotografiada. Pero eso no lo dicta el sentido común.

La pregunta que surge es: ¿La verdad está en mi pensamiento o en el del Otro? Para los ignaros, es cuestión de sentido común. Pero esta, no es nada más que la opinión de una persona autoritaria que impone su criterio y su percepción de las cosas. Para el filósofo Gianni Vattimo, Nietzsche controvierte la verdad como adecuación entre pensamiento y realidad. La verdad, para Nietzsche, es una convención social fundada en metáforas aceptadas por conveniencia social, por afectos. Vivimos la muerte de grandes sistemas teóricos para pasar a verdades inmediatas, particulares y limitadas.

Es conocido el líder que mantuvo embobado a un pueblo durante diez años que, presentando cuadros de estadísticas y fotos, decía que su razonamiento era cierto por sentido común. Y la señora Michita le creía por sentido común. Pero ella ahora ya se da cuenta de que ese sentido común no ha sido más que la mentira más grande y más común de ese líder embaucador. (O)

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