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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Borges y Sabato conversan de Dios

23 de junio de 2016 - 00:00

Corría el año 1974. El periodista estaba pendiente de la grabadora. Por el estrecho pasillo -nos imaginamos que era así- caminaban dos hombres, el uno furiosamente apasionado por la literatura, al punto que dejó la física, y el otro, creador de laberintos sobre laberintos. La vida, por sus recelos, los había separado.

Creo que se tocaron las manos, escribe Orlando Barone. Eran Borges y Sabato. “A un escritor puede estarle permitido inventar una fábula, pero no la moraleja”, dijo el maestro ciego citando a Kipling, recordando que el libro de Swift, sobre Gulliver, quedó como un libro para chicos, en lugar del alegato contra el género humano, que era su propósito. Obviamente, hablaron de Dios. Curiosamente, a su modo, los dos eran ateos.

Para el uno, el asunto era existencial, para el otro, simple literatura. “Las ideas nacen dulces y envejecen feroces”, dice en la entrevista, recordando las cosas feroces que se hicieron en nombre de los Evangelios. Sabato, inquisidor como siempre, espeta: Borges, ¿a usted le interesa el budismo en serio? Quiero decir como religión. ¿O solo le importa como fenómeno literario?

Borges responde: Me parece ligeramente menos imposible que el cristianismo (ríen). Bueno, quizá crea en el karma. Ahora, que haya cielo e infierno, eso no.

Barone, pulsa: ¿Y qué opina de Dios, Borges? Borges: (Solemnemente irónico) ¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica.

Sabato: Sí, pero podría ser un dios imperfecto. Un dios que no pueda manejar bien el asunto, que no haya podido impedir los terremotos. O un dios que se duerme y tiene pesadillas o accesos de locura: serían las pestes, las catástrofes.

Borges: O nosotros. (Se ríen.) No sé si fue Bernard Shaw quien dijo: “God is in the making”, es decir: “Dios está haciéndose”.

Sabato: Pero dígame, Borges, si no cree en Dios, ¿por qué escribe tantas historias teológicas? Borges: Es que creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género. “El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto”, era su argumento.

Sabato, en El escritor y sus fantasmas, titulado Los dos Borges da con la clave. “El círculo de Viena sostuvo que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Y este aforismo que enfureció a los filósofos se convirtió en la plataforma literaria de Borges”.

Sabato, más tarde, escribió: “A usted, Borges, heresiarca del arrabal porteño, latinista del lunfardo, suma de infinitos bibliotecarios hipostáticos, mezcla rara de Asia Menor y Palermo, de Chesterton y Carriego, de Kafka y Martín Fierro; a usted, Borges, lo veo ante todo como un Gran Poeta. Y luego, así: arbitrario, genial, tierno, relojero, débil, grande, triunfante, arriesgado, temeroso, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil e inmortal”.

Y recién son 30 años de que el demiurgo dejó esta insólita tierra. (O)

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