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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

Atenea negra (II)

21 de junio de 2017 - 00:00

“¿Cuál es tu tusa, academicismo ecuatoriano?”. Aquello de ‘tusa’ es un préstamo ndunga a los hermanos afrocolombianos de la Integración Casanova. Esta interpelación tiene validez del oro de La Tolita. Así de rica e inmensa. ‘Colonialidad’, con esa palabra Aníbal Quijano resumió la persistencia en las Américas del colonialismo siglos después de la independencia (la primera, diría Jaime Galarza). Antes Frantz Fanon le dio sustancia cognoscitiva a esa ‘implacable jerarquización cultural sistematizada’ entendida como colonialidad del saber, colonialidad del poder político, colonialidad mediática, etc.

La mayoría de los académicos, mujeres y hombres, que suben a la cátedra en universidades, se acercan a micrófonos, se muestran en la pantalla LCD o alcanzan a las unidades educativas continúan reproduciéndola. La dependencia epistemológica es usada para criticar a los gobiernos progresistas, más allá de sus admisibles dudas y errores. O para una postergación infinita de la educación afroecuatoriana (o etnoeducación), con cumplida seriedad; no les importa el mandato intercultural en términos de derecho constitucional. Escucha esto, Fander Falconí.

El academicismo ecuatoriano, con las conocidas excepciones, anda extraviado en la ilustración europea y reparte con el cucharón esos recocinados cuentos (en el sentido de embustes, por lo tanto, no son cuentistas o cuentacuentos, sino cuenteros) sin ninguna reflexión crítica. La llamada ilustración europea del siglo XVIII, básicamente francesa, sostuvo, con las garantías de las cañoneras dominantes, quiénes eran los ilustrados y quiénes estaban en la barbarie. Un pretendido romanticismo racista acompañado del determinismo geográfico, aún dictado en las aulas de estudio de acá, que sostenía que la gente de los trópicos (África y América) estaba negada a la ‘razón’ o sea a ningún ejercicio intelectual. Entiendan bien la tusa: pura utilidad muscular. Así se justificaba la inferiorización y esclavización de millones y millones de personas africanas. Y la continuidad de esos criterios en los sistemas de instrucción escolar americanos y ecuatorianos.

F. Fanon escribe en Racismo y cultura: “Hay culturas sin racismo y culturas con racismo”, publicado por Matxingune Taldea, en 2011, en digital. ¿Saben por qué? Porque “el racismo es un elemento cultural”, no se destruye o se reproduce porque sí o por maldad humana implícita, más bien se renueva con las repeticiones académicas a cualquier nivel validando esas deshumanizaciones, se matiza con publicidad o por acciones afirmativas, se reconfigura hasta victimizar a la clase social victimaria. En fin. “El racismo no ha podido enquistarse […]. Ha tenido que seguir el destino del conjunto cultural que lo conforma” (Óp. Cit.).

Martín Bernal, autor de Atenea negra, cuestionando el eurocentrismo desde la academia inglesa, escribe: “El autor clásico al que más se citaba para justificar la esclavitud (y el racismo, JME) era Aristóteles”. ¡Tremenda tusa! (O)

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