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El Telégrafo
Rosalía Arteaga Serrano

Arde la selva… hace años

27 de agosto de 2019 - 00:00

Una de las cosas que más me impresionaron, en 2004, es decir hace 15 años, como Secretaria General de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), cuando asistí a una reunión en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, fue la cantidad de humo que llegaba a la ciudad, procedente de las quemas que los agricultores realizaban en áreas aledañas, en una práctica que los bolivianos denominan “chaqueo”, y que incluye incendios provocados para preparar la tierra para la agricultura.

Pero no solo en Santa Cruz, también en territorio peruano, en la zona de Puerto Maldonado, o en Acre, en Brasil, el humo de las quemas absurdas de la selva ha sido visible por la cantidad de territorios afectados, por el humo que hace lagrimear los ojos y también el corazón; por estas prácticas que vienen, en su mayor parte del sector agrícola, con la idea de beneficiar el suelo.

En algunos momentos más graves de los incendios, los aeropuertos tenían que cerrarse, las escuelas dejar de funcionar, los niños y ancianos salir con mascarillas a las calles para protegerse del rigor del humo. Si a eso se suman los fuegos causados de manera accidental o los que se producen de manera espontánea por la ausencia de lluvia y el calor excesivo, y otros ocasionados de manera intencional y delictiva, las zonas se transforman en un infierno.

Ha habido intentos basados en enseñar a los agricultores ya establecidos sistemas de fuegos controlados, o simplemente erradicar estas costumbres, que no se dan solo en la región amazónica, sino en todo el mundo. Pero las gestiones han sido infructuosas. Hoy el mundo siente alarmado que una parte importante de la selva amazónica desaparece transformada en humo.

Esta selva constituye uno de los más importantes reguladores del clima en el planeta, es la generadora de las más grandes reservas de agua, guardiana de la biodiversidad más rica del planeta.

Es bueno que los ojos de la humanidad se vuelquen hacia la Amazonía, que además se preocupen por los seres humanos que en ella viven, ya que esta región no es un “espacio vacío”. En esa región, que está formada por ocho países, viven más de 30 millones de habitantes.

Las soluciones deben venir de los gobiernos, pero también de quienes habitan la región, de las empresas y países que tienen inversiones y sacan los ingentes recursos de estas tierras prodigiosas. (O)

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