La ‘profe’ Jéssica me pinchó porque no hago los deberes, me pinchó dos veces, me dijo que si me porto bien no me va a pinchar, pero me porté mal, por eso me pincha”. Así cuenta Mateo (nombre protegido) a su mamá y abuelita lo que día a día debe enfrentar en la escuela, pinchazos con alfileres por parte de una docente, por “no portarse bien”.
Indigna hasta las lágrimas ver y escuchar su relato en video; con tan solo 5 años, en su voz se puede sentir una profunda angustia y tristeza.
La docente, si así se la puede llamar, de forma recurrente lo pinchaba en todo el cuerpo, bajaba su pantalón y calzoncillo en frente de otros niños para picarlo en sus partes íntimas. En fotos se puede registrar 12 pinchazos en varias partes del cuerpo. No cabe duda de que estamos frente a un delito.
Mateo tiene epilepsia y autismo, su historia clínica refiere que: “... estuvo hospitalizado a mediados de abril por crisis muy seguidas con problemas de rendimiento escolar, debido a acoso escolar”. Ayer fue dado de alta, pues tuvo que ser hospitalizado otra vez; el estrés de ir todos los días a su escuela y ser maltratado por la docente hizo que llegue a tener 11 convulsiones en un día.
Cuando su madre fue a la escuela a denunciar el hecho, la rectora le dijo que se lo lleve, ¡que ya bastante lo habían aguantado!
Mateo ya no quiere regresar a su escuela, la violencia a la que fue expuesto sobrepasó sus umbrales de defensa psíquica y física.
Las evidencias revelan que la violencia tiene efectos dañinos y duraderos en el desarrollo de los niños, en su integridad personal y su salud, causándoles graves y grandes daños.
Un ambiente educativo libre de violencia es fundamental para asegurar la educación de niñas, niños y adolescentes sin discriminación de ninguna índole.
Si la escuela ante la mínima sospecha de un hecho violento no actúa para que no se produzca, y ante su certeza no brinda las garantías necesarias para que este hecho no se repita, es un pésimo agente de protección y debe ser sancionada. (O)
