Comenzó el año 2022. En el ámbito político será un período de expectativas entre las Elecciones Generales de 2021 y las Elecciones Seccionales de 2023 en que elegiremos aproximadamente 11 mil autoridades de elección popular. Entre ellas, 23 prefecturas y viceprefecturas, 221 alcaldías, 867 concejalías urbanas, 438 concejalías rurales y más de 4 mil vocalías de las juntas parroquiales rurales.
Así mismo, el 2022 estará marcado por la pandemia del COVID-19 y sus nefastos efectos económicos y sociales. Hasta el momento, Ecuador reporta más de 600 mil casos y 34 mil fallecidos. Más grave aún, la pandemia terminó de exterminar a la crítica economía. 2020 es el año de la mayor crisis de la historia. El producto interno bruto decreció 7.8% regresándonos en el tiempo a los niveles de 2012. Según el Banco Central, en 2021 habría un crecimiento de 3.5% y en 2022 sería 2.5% que significa que, aún en las mejores proyecciones, el Ecuador está lejos de regresar siquiera a los niveles previos a la pandemia.
La magnitud de la crisis no solo tiene una expresión macroeconómica sino que afecta a la familia ecuatoriana. Los niveles de pobreza y miseria así como subempleo y desempleo son alarmantes. En este sentido, las políticas del Gobierno de Guillermo Lasso no solucionarán el problema; por el contrario, le agravarán. A su vez, el deterioro de las condiciones socioeconómicas de la gente solo pueden conducir a una mayor desconfianza institucional y a un gran estallido social.
En este contexto, el año 2022 comenzó, también, con la convocatoria a movilizaciones lideradas principalmente por el movimiento indígena encabezado por la CONAIE así como el Frente Unitario de los Trabajadores (FUT). Solamente, la emergencia sanitaria y el incremento de los casos de COVID-19 podrá morigerar, temporalmente, el descontento de la población.
El escenario no es nada alentador. Mientras que el Gobierno de Guillermo Lasso avanza en la imposición de su caduco modelo neoliberal, las más importantes organizaciones políticas de oposición han sido incapaces de proponer y ejecutar un modelo alternativo. Todo ello en medio de la más grande crisis económica-social de la historia del país.
Tras los errores de los gobiernos postneoliberales revivieron modelos que ya habían sido superados en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. Las recetas que fracasaron en el pasado, volvieron a fallar; y, sumado a los nefastos efectos económicos y sociales de la pandemia comienzan a ser semilla para el florecimiento de proyectos políticos que entierren el neoliberalismo; pero, a la par, son una interpelación a la vieja izquierda como acaba de suceder en Chile de la mano de Gabriel Boric.
