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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

De fiesta de la cultura a feria de huesos

12 de diciembre de 2014

Acaba de concluir la Feria Internacional de Libro de Guadalajara, en la que, año tras año, se da cita una buena parte de los más importantes escritores del mundo. La calidad de los debates, las cifras y la presencia masiva de lectores provocan sonrisas en escritores y editores. Es la más prestigiosa FIL de América Latina, sin duda. Pero no siempre fue así. Poco a poco fue forjando y construyendo ese prestigio y esa importancia.   
Por eso, cuando en 2008, el entonces ministro de Cultura, Galo Mora, nos pidió (a Efraín Villacís y al suscrito) que recuperáramos la Feria del Libro de Quito, que había muerto años atrás, lo hicimos entusiasmados. Incorporamos al equipo a Guido Tamayo y Antonio Correa... y manos a la obra. Lo primero que hicimos fue desterrar ese carácter de ‘feria’ (lugar de intercambio comercial) y convertirlo en una ‘fiesta’, en la cual editores, escritores y lectores vivieran días de encuentro y conocimiento mutuos; libres de solemnidades y todos al encuentro de las nuevas palabras. Pero que también se generara debate y pensamiento.

El éxito fue impresionante. El Centro de Convenciones Eugenio Espejo quedó pequeño. Quito estaba ávida de vivir una fiesta de libros y autores. Llegaron 90 internacionales, además de cronistas, cineastas, bailarines, músicos. La fiesta se prolongó a las universidades, barrios, cárceles, bares y cafeterías. Y además a Guayaquil. Se invitó también a los directores de las principales ferias del libro, incluidos los de Frankfurt y Madrid. Ya que la idea era lograr que pronto el Ecuador sea invitado de honor en las otras ferias. Y resultó. En esa misma fiesta, Caracas anunció que Ecuador era su invitado de honor en el siguiente año.  

Pero lo principal fue el compromiso de los actores involucrados, las editoriales, librerías y la Cámara del Libro, que seleccionaron sus mejores libros y autores para la fiesta. Nada de huesos ni autoayuda, descuentos reales y significativos, actos de gran nivel y los mejores autores nacionales. Un gran espacio para el fomento del libro en niños y jóvenes y una buena campaña de promoción. Con los años, sabemos que la vara quedó demasiado alta.

Cuento esto porque al salir de la reciente Feria del Libro de Quito, me encontré al pie de la vieja (y querida) casona de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, con un par de jóvenes escritores quiteños que de una me soltaron: “Feria de puro hueso”. Y tenían toda la razón. Si no hubiera sido por el Fondo de Cultura Económica… decíamos muchos.

En los últimos cuatro años, la Feria del Libro ha ido empobreciéndose, en ideas, en propuestas y en autores. No ha podido insertarse en el circuito de ferias internacionales y los resultados son, en varios aspectos, un desastre; incomodidad, mala producción, nula promoción. A este paso, a la Feria del Libro de Quito le espera el mismo destino que la Feria del Libro de Guayaquil: la muerte.

Por ello, es tan necesario que las nuevas (bueno, ya no tan nuevas) autoridades del Ministerio de Cultura asuman con responsabilidad la organización de la siguiente feria. Y hacer lo obvio: replantear los conceptos, renovar los equipos y, con una mirada contemporánea, recuperar un espacio para el libro y la palabra, tan necesario para una ciudad como Quito, tan deseosa de expresiones culturales vivas y creativas.

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