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El Telégrafo
Melania Mora Witt

"Cuando un amigo se va..."

03 de septiembre de 2016 - 00:00

El precio de vivir ya muchos años es la pérdida de seres amados que formaron el ‘hábitat’ en el cual nacimos, crecimos y nos relacionamos con el mundo. Padres, hermanos, familiares, el compañero junto al cual creamos vida, forman parte de un espacio signado por el amor. A medida que pasa el tiempo, empiezan los vacíos y, poco a poco, las ausencias reemplazan los antiguos rostros. En el mundo que construimos, los amigos ocupan casi el mismo lugar que los familiares cercanos. Con ellos(as) compartimos experiencias, alegrías y tristezas y, cuando nos dejan, su partida duele mucho tiempo. Cuando su huella no solo es visible para nosotros, sino para la patria, el pesar es doble.

Hace un año, el mismo día, partieron dos ecuatorianos, lojano el uno, porteña la otra. Agustín Paladines falleció el 15 de agosto de 2015. Estudió en la antigua URSS, que lo declaró egresado ilustre. Escribió cinco libros relacionados con su profesión: la geología. Numa Maldonado, su amigo de infancia, dijo que ‘Agucho’ fue un gran caminador-recorrió a pie buena parte del país-, maestro en la Universidad Central y en la Técnica Particular de Loja.

El PhD alcanzado en Rusia -que lo incluyó en su Academia de Ciencias- lo capacitó para desempeñarse en la ex Junta de Recuperación de Loja y Zamora Chinchipe, en la cátedra y en la asesoría al presidente Rafael Correa. Aspiraba a que en el suroriente se creara una zona especial de desarrollo ecológico-minero. Entre sus obras destaca Ecuador, país geodiverso, minería para el Buen Vivir. Hizo el mapa metalúrgico de Ecuador, dejando como legado a la posteridad el conocimiento de ingentes recursos para el país.

Elina Manzano de Félix, insigne pianista y maestra, partió el mismo día. Desde la infancia se visibilizó su pasión por la música, habiéndose graduado como profesora de piano en el Conservatorio Antonio Neumane de Guayaquil, del que fue rectora. Actuó con las orquestas sinfónicas de Guayaquil, Quito y Cuenca y en innumerables conciertos en calidad de pianista acompañante, dentro y fuera del territorio ecuatoriano. Su vocación, heredada de una familia de artistas, mereció el reconocimiento del país, habiendo recibido premios y preseas. Alfredo Mora dijo de ella que fue “un ser humano de un mundo mejor, que luchó con un indomable espíritu, que no se amilanó ante las adversidades que se le presentaron y que tenía una infinita fe en el futuro; que creía firmemente en el arte como vía hacia espacios superiores del alma”.

Escuchando a Serrat, he recordado a Montserrat Maspons, la catalana a tiempo completo que se fue el 2 de julio pasado. Pintora y ceramista, dejó una herencia de miles de árboles sembrados por ella. Durante muchos años presidió el Casal Catalá que formó en 1983. Mereció el reconocimiento de la Generalitat que le otorgó la Cruz de San Jorge en 2013. Junto a mi esposo compartimos agradables momentos, admirando con ella la idiosincrasia de un pueblo que, pese a  las represiones, mantuvo su identidad al tiempo que se proyectaba al futuro.

Tres amigos se suman a la ya larga lista de quienes compartieron nuestro ciclo vital y nos esperan en alguna parte. (O)

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