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Click
Selfies
Nos gusta mucho tomarnos fotos. De todas las clases, solos, en pareja, grupales, haciendo diversas actividades, delante de un ocaso en la playa, haciendo el símbolo de la victoria frente a un espejo, luciendo muy serios o muy pen...sativos.
Sentados a punto de comer, del plato de comida, y llevándonos el tenedor a la boca, en un juego mecánico con cara de tormento, sudados sin camiseta o cubiertos hasta los ojos del frío, presumiendo el carro que nos compramos y el sentido del humor por el que a veces pagamos caro.
La foto, como sea esta, es la extensión más poderosa de nuestro ego hacia el resto, es casi como si la otra persona que habita en nosotros adquiere licencia de pegarse una escapada a farrear cada vez que alguien hace ‘click’.
Una imagen vale más que mil palabras, sobre todo las de los ‘paparazzos’, que a veces llegan a costar harta plata, pero además cada instantánea es una cápsula del tiempo que nos lleva para atrás, desde el segundo antes de tomarla hasta cien años en algunos casos.
Los retratos con cámara son la prueba de lo que somos, de lo felices o de la tragedia que fue nuestro paso por la vida, es la sonrisa del abuelo leyendo el periódico, la batona de la mamá durante los domingos, los niños empipados con agua de la piscina inflable, desnudos y felices en la vereda de la inocencia, no importa cuán dañado sea el barrio, son esas fotos de amor de las que no importa si se volvió rencor. En algún cajón duermen y a veces se escapan y espantan como fantasmas.
Las fotos son viajes, playa, nieve, tren, poncho, helados, siestas, hamacas, bikinis, panzas prominentes, gorras, sombreros, gafas, vacaciones y obligaciones, cédula, carnet, tarjeta del supermercado, son celulares con la memoria llena que pesan en los bolsillos y se pierden en la cartera, pero también son álbumes de páginas gruesas y una lámina de plástico que protege impresiones de una época en la que los fotógrafos eran fotógrafos y revelaban en cuartos oscuros los rollos, esos que si uno era medio torpe los velaba por no saber manejar la cámara.
Entonces se puede entender fácilmente por qué nos gustan las fotos y por qué son tan populares, porque ahora todos somos Elio Armas, Chantal Fontaine o el viejito Melchor, gran retratador de las grandes estrellas de los espectáculos del Ecuador; ya casi nadie se toma la foto en los parques con el señor que tenía un caballito de palo y un muro con la foto del castillo de Disneylandia, porque ahora todos somos artistas del selfie y la humanidad logra un avance esplendoroso en eso que llamamos culto a la personalidad cada vez que alguien erige un ‘ponomod’ como si fuera la espada de He-Man y dice: “¡Selfie!” en vez de: “Por el poder de Grayskull”.