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Ecuador, 11 de Mayo de 2025
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Se acabaron los noventa

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Entre las fiestas y fiestas que suceden en estas fechas me despierto y reviso mi periódico favorito, el Twitter, y estrello mi desayuno contra la noticia que reza ‘ha fallecido Scott Weiland’, el excantante de Stone Temple Pilots, número dos en Velvet Revolver y principal de los Wildabouts, entre otras buenas y malas hierbas del rock.

Este penoso acontecimiento removió en mi cabeza la caja de los 90, saltaron los discos de STP en orden cronológico y comencé a tararear desde ‘Plush’ hasta ‘Big Bang Baby’, pasando por ‘Sour Girl’ y moviendo la cabeza con ‘Tripping In A Hole In A Paper Heart’, casi llorando con ‘Creep’ y ‘Big Empty’.

Para mí, Weiland era la reencarnación de todo el rock que ha existido; en él yo podía ver a Sid Vicious, Iggy Pop, David Bowie y Jim Morrison, por nombrar los más conocidos, sumado a eso imprimió su estilo propio, tan propio que se obligó a reinventarse para lograr ser el genio y figura que conocimos después del Core y justo en el Tiny Music.

Paralelamente, en Guayaquil éramos cautivos de una oleada de grupos nuevos, hasta el mainstream televisivo contagiado por MTV se había convencido que lo nuevo (y además lo bueno) eran las bandas de rock nacional.

Nuestro rock fue apachurrado en los 80 luego de tener un gran auge por un reportaje en el que un salvaje mataba una gallina sobre un escenario, esto causó un estigma fuerte sobre el movimiento y se redujo casi a nada la actividad de las bandas fuertes causando que algunas de ellas cambien el heavy metal por el rock latino, mutando los pelos largos por los copetes engominados y el maquillaje en los ojos. Pero en los 90 resurgió con fuerza el león dormido. Hubo punk, hardcore, grunge, heavy, death, grind, trash, power core, hip core, glam, reggae y hasta surgió una movida electrónica que ponía el sabor a robot.

La ciudad era un hervidero desde el teatro Chaplin (Hoy Barricaña) junto al parque Centenario, Palo Santo, Taller Mozina en la Boyacá, el personal Garzota, Alborada y ‘Saustock’ hasta la movida urdesina y su circuito de bares que comenzaba con El Pernil y seguía cuadra a cuadra con una propuesta de grupos con música propia. Puedo recordar The Wall, Santelis, Bola Ocho, Jorobar, Rainbow y hasta había programaciones en la vereda de arriesgados que se enchufaban y metían bulla y así nacieron las leyendas de La Trifullka, La Tribu, Ultratumba, Emjayel, Rossana Comelobos, 11 Fumanchukos, NoToken y fue la semilla de la unión punk y de muchas cosas que vinieron después.

Como en un deja vu no deseado, una revista de fama nacional realizó un reportaje de rock satánico y eso nuevamente puso el ojo severo de una sociedad que reprende las diferencias; y entre otras cosas, me cerraron el programa de radio. Quien lo hizo decía que yo era ‘satánico’, pero al mismo tiempo se hacía ver la suerte con una adivinadora venezolana que realizaba pactos con el más allá a través de fumadas, baños y sahumerios.

Luego está en el almanaque que murió Cobain, murió Hoon y Staley; se apagó la vela creativa, hubo que guardar las botas y las chaquetas de franela con cuadros y aunque persiste más grande que nunca Pearl Jam y lo que queda de Soundgarden, siento en mis adentros que con la partida del dueño del ‘jardín embrujado’ ahora sí acabaron los 90.

Cuando tienes largo un romance con la muerte llega un día que dejan de verse en tu casa y te lleva a la suya. Adiós Scott. Fuiste el mejor. (O)

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