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Nuestras olimpiadas de invierno
Conforme se van dando las precipitaciones más fuertes sobre la costa ecuatoriana, vamos adiestrándonos cada vez más en algunas disciplinas que, con el pasar de los años, y las aguas, nos preparan para competir en estas tan únicas y nuestras olimpiadas de invierno.
No importa cuál sea el uniforme para este evento, siempre está mojado, por eso expertos en moda han diseñado encauchados amarillos y botas negras altas que hacen juego con el coqueto paraguas al momento de desfilar en la inauguración.
Y comienzan los juegos, el primer reto es llegar temprano al trabajo, el ejercicio consiste -primero que todo- en despertarse a la hora que es, porque como amanece lloviendo siempre está oscuro y parece que son las seis de la mañana cuando ya son las nueve, no hay despertador que te ‘desamague’.
Luego llega la carrera de obstáculos, toca encontrar transporte, correr a la parada evitando al máximo tres barricadas, uno: resbalar con los zapatos de suela o los tacos, dos: esquivar los salpicones de los autos y tres: no caer en ninguna alcantarilla abierta cubierta tramposamente por el agua.
Los jueces se ponen estrictos cuando llega el turno de aguantar los olores de la humedad, la falta de aseo y los efectos de los generosos desayunos ecuatorianos llenos de leche, queso, verde, maní, huevos y porotos que dan energía a los otros deportistas que se trasladan en los ‘chorizos’ de la Metrovía, o en los autobuses ejecutivos de la hora pico que ofrecen el servicio ‘solo sardineados’, aguantar la respiración en esta inmersión otorga puntos extra.
La pelea por las medallas se pone ruda cuando al caer la tarde, nubes de mosquitos se lanzan en actitud kamikaze sobre las humanidades, algunos audaces se posan hasta en la palma de la mano de la gente solo para morir gritando: ‘¡Esto es Esparta!’.
Los atletas cubiertos con Detán que se han puesto sobre el Menticol lucen épicos blandiendo en sus manos chancletas, matamoscas y camisetas anudadas para darle muerte a estos despreciables insectos que zumban mofándose de los picados, cuyas picaduras los tienen ‘picados’, pero del sustantivo venganza.
Otros juegos son trotar evitando pisar caracoles, la pequeña nueva plaga introducida en la ciudad, adrede o por accidente.
Las mujeres practican con éxito el grito de asustarse con los grillos, logrando decibeles de audio que rompen la barrera del sonido cuando alguno de estos insectos cae entre sus encantos.
Empujar carros botados es una prueba de fuerza y solidaridad que requiere la voluntad pícara del que empuja y la voluntad económica del sucedido, remar con escobas y baldes para sacar el agua que se mete en las casas, tapar goteras y combatir deslaves, entre otros avatares que trae nuestra lluvia, la ‘nieve’ de los pobres.