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Lo siento, Wilfrido
Soy todo lo contrario al hombre divertido, lo siento, Wilfrido Vargas.
Contrario a muchos que al sonar los primeros acordes de esa, que viene siendo la más famosa canción del merengue de todos los tiempos, yo no puedo, no me sale ni se me amalgama como en una fusión de fuegos pirotécnicos, motor de ferrocarril y sobredosis de azúcar, explotar en un orgasmo de alegría sacudiendo mis piernas cuando ponen esa canción.
Y es que existe una fuerza invisible más poderosa que la voluntad que obliga al ser a levantar sus posaderas y menearlas, y mover los brazos como alas de gallina, los pies como pingüino y la cabeza como noria. Se llama ganas de bailar.
Aún no estoy tan convencido de qué provoca este deseo, pensé en primera instancia que era el alcohol, pero luego asistí a fiestas de doble A en las que también bailaban, por lo que comencé a entender que el espíritu humano tiene código genético rumbero, como si el genio dentro de la botella muriera de ganas por salir y gritar “Azúcar”.
No sé qué le pasa a mi espíritu o a mi genio, pero yo no bailo, lo siento, Wilfrido; no soy un hombre divertido.
La canción empieza: “Soy un hombre divertido, yo no sé lo que es tristeza; soy un hombre divertido; yo no sé lo que es llorar, y cuando llego a una fiesta yo me pongo a parrandear”.
La escucho y confirmo que yo no soy un hombre divertido, porque yo sí sé lo que es tristeza.
No soy un hombre divertido, yo sí sé lo que es llorar y cuando llego a una fiesta (que es casi nunca -prefiero ir al cine-), obvio, no me pongo a parrandear.
Dice la letra: “Soy un hombre divertido, soy un hombre divertido, soy un hombre de verdad”.
A ver, si bien es cierto que es chévere reunirse un grupos para ponerse al día, bailar y congeniar y hasta tratar de conseguir un romance pasajero o eterno, no creo que ser ‘divertido’ sea lo que se necesite para ser un ‘hombre de verdad’, es decir, la letra es bastante osada en esa parte porque la masculinidad y talento humano de género del parrandero radica en que farrea duro y eso no está ni cerca de ser un macho alfa, peor una persona real adulta y madura con el correcto funcionamiento de sus andrógenos y testosteronas.
“Soy un hombre divertido, me gustan las diversiones” -no me digas, si no redundas así jamás me lo hubiera imaginado-; de hecho, hasta que no lo dijiste de esa forma pensaba que eras divertido porque te gustaban las amarguras.
“Soy un hombre divertido, yo no sé lo que es sufrir -se vienen las utilidades-, por eso nunca me canso de cantar y de reír” -sospechosa esa vitalidad, ¿seguro que no fumaste nada raro?
En honor a la verdad, debo aclarar que, en efecto, sí me gustan las diversiones, ¿a quién no? Solo que las prefiero de otro tipo, como leer un libro, por ejemplo; pescar, cocinar en la parrilla, ir al estadio, volar una cometa, armar un rompecabezas con mis hijos, cantar un karaoke con mi esposa, es decir, por eso siento que no es la canción correcta, para mí.
Discrepo rotundamente con esta parte: “De cantar y bailar, de bailar y reír, de colarme en la fiesta, buscarme una jeva y reírme de ti. ¡Ja ja ja ja ja!”.
Difiero con todo mi honor porque esa estrofa auspicia conductas nocivas como las de infiltrarse sin ser invitado a una fiesta, ubicar, escoger y pretender una mujer (vaya usted a saber señora de quién) y encima, con el mayor de los desparpajos, ¡reírse de ti! … ¿de quién se ríe? Del dueño de casa por colarse seguramente o de la ‘jeva’ que se ‘levantó’ facilito sin saber al menos su nombre; o tal vez actúa vandalizándolo todo porque está despechado y busca burlarse de la que lo engañó, o sea, se proyecta, lo cual es un caso de estudio sicológico, lo más alejado de un frívolo: “¡Ja ja ja ja ja!”.
Como si fuera poco, sospecho que toda la canción no es más que un complot para poner a todos a hacer ejercicio en medio de la fiesta, con eso de “arriba la mano, abajo la mano y agáchate, agáchate y agáchate”.
A propósito, ¿y quién es Tony Echavarría Cambumbo, que hay que hacer todo lo que él dice? Además, sale con eso de “péguense un poquito y un poquito más” y el “‘desen’ un besito y una palmadita”, o sea mejor consíganse un cuarto de una vez. ¡Promiscuidad! ¡Pecado!
Ojo y no es que sea amargado, solo que no comulgo con lo que profesa el comején africano y no me importa que es lo que quiera el negro aunque su mujer lo esté consumiendo, mejor que se ponga a cuidar su jardín de rosas, saque a pasear a su perrito y haga un desfile con todos sus monos, machos, sensuales y dudosos, pero que conmigo no se meta, porque a mí se me respeta.
¿Seguimos? No. ¿Paramos? Sí.