Brilla la Perla del Pacífico de noche y de día, todos los días, pero más en sus fiestas, como hoy, como siempre.

Cotona y tostada, guayabera y pantalón de tela planchadito con la línea recta a un costado, los zapatos de charolina relucientes bien lustrados en el parque de las iguanas mientras lees el periódico y el betunero realiza el ancestral arte-oficio de guapearte los chuzos.

Los niños desfilan todos tempranito agarrados de la mano, vestidos de Juan Pueblo con su gorrito de papel, van cantando Guayaquil de mis amores y cuando uno los ve se hincha de orgullo, les toma fotos, grita: ¡Viva Guayaquil Carajo! y una maestra asesina con la mirada esa emoción para que no nos olvidemos que el carajo es fuerte para los pelados.

Nuestra ciudad está encendida, hay que buscar qué hacer, tal vez hay que irse a farrear en una chiva, o a dar vueltas al malecón desde el Palacio de Cristal hasta la punta del faro para vacilar el friecito veraniego.

También podemos pedalear hasta la isla Santay en el nuevo paso que conecta la ciudad con la vida pura, a lo mejor pega más tirar pata hasta la 9 de Octubre y sentarse con la novia a la orilla de la fuente y cruzar la calle para ver a los pata caliente hacer sus chistes y morir de risa, gozar y alargar la vida.

Dan ganas de salir a buscar qué comer, ahora que están de moda las huecas que no son huecas y que por estar en todos los canales y volverse populares, quieren cobrarte diez dólares por un arroz con menestra, pero ahí está el instinto ganador del guayaco que se las busca y rebusca y encuentra dónde comer con toda la familia por quince yanquis y hasta fiado porque esa es la magia del barrio, hay padrinos y madrinas que apoyan al caído y te sacan del cero.

El guayaco vibra con el ritmo de su ciudad rumbera de fiesta, está más eléctrico que de costumbre, más chacharero, más vacilón, tiene el doble de energía para agarrar buseta al vuelo, y en la Metrovía va como una sardina feliz porque no hay trabajo y encima de noche hay baile y le tiene puesto el ojo a una gordita que lo tienes ES loco cuando se ciñe esa licra animal print y que además justo hoy se ha pintado el pelo de rubio Paulina Rubio y las uñas largas con diseño hasta las de los pies porque estrena zapatos abiertos y quiere cantar, bailar y beber, sudar y ser amada, hasta quedar sin voz, hasta romper la cama.

Al día siguiente despertar tarde pero no tanto porque se acaba el encebollado y después ¿cómo se cura el chuchaqui?

Un duchazo más frio que la mañana, salsa erótica en la radio y con la peinilla nos persignamos, para salir con Dios y con el diablo, engafado, perfumado y enjoyado con la esclava de Barcelona, buena pintura, así sea solo para comer agachado y un toque escondido para que la gordita no nos saque pinta que estamos desayunando solos y no la invitamos, porque ya estamos chiros, si con ella mismo se gastó las últimas ayoras en la fiesta que terminó en relajo entre besos, patada, puñete y cerveza ¡vaya ahí Guayaquil!

La bella, la estrella, la ciudad de todos, del río, de la unidad nacional, del calor, de la lluvia, de la gripe con el cambio de clima, del carajazo y del abrazo, de las camisetas amarillas y azules, de pelucones enojados porque no hay campeonato y de avispados que arman su propia copa cerrando la calle y con dos piedras de arco.