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La ciudad de la furia

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En la ciudad de la furia inauguran un parque acuático en feriado y cuarenta mil usuarios lo usan y abusan al punto de tapar con pañales, heces, comida y basura las cañerías de las piscinas, se roban los ornamentos, se van llevando para sus casas manojos de plantas y flores sembradas con cariño y cuidado en las jardineras, mientras los chamberos le ponen el ojo a las estructuras de hierro relamiéndose los labios y frotándose las manos.

Cierran el parque, realizan una campaña de concientización reaperturan y ahora las miradas lucen feroces y de las fauces emanan protestas porque hay reglas, en la ciudad de la furia.

En la ciudad de la furia los conductores van enojados, los peatones van avispados y los ciclistas van asustados.

El amor con tanto apretujón nace a la fuerza en la Metrovía y en las busetas gracias a los vendedores, uno recibe clases de economía.

Los motociclistas van de a dos o de a tres o en familia, todos sin sus chalecos reflectivos, ni casco, ni placas, ni nada, a ellos los asiste una ley de tránsito distinta, tácita, divina, que los hace ir entre las hendijas del resto de autos, algunos amparados en su temible armadura de chor, zapatillas, tatuajes, gafas y gorra, en la ciudad de la furia.

Tal vez sea el calor, tal vez sea la humedad que carga tan pesada a la gente en general, tal vez sea la chirez o los cachos o una infección estomacal que carga volando a los que andan en carro por las grandes avenidas.

Tal vez sea que el horario para ser feliz es la noche cuando la televisión emborracha con su muerte lenta intelectual y al fin uno siente que le ha sacado el cuerpo al camello, a la mala suerte y a la muerte.
En la ciudad de la furia los niños se han vuelto choros, las niñas grillas y las bancas en las escuelas lloran de pena.

Todos tienen celulares con cámaras para publicar selfies de alegrías y miserias, aunque a veces se apaga o simplemente no se contestan porque llaman mucho las culebras, eso, si el constante ejercicio de caminar, comer y vivir con la cabeza inclinada y la mirada centrada en la pantallita del teléfono ha hecho que se desarrolle un sentido adicional, un tercer ojo en la frente que mira para adelante para evitar chocarse con los otros muertos vivientes.

En la ciudad de la furia todos son peleonsísimos, matonsísimos, sabidísimos, guapísimos, mujerieguísimos, borrachísimos, salserísimos, raperísimos, rockerísimos, reggaetonerísimos, chicherísimos, bacansísimos, cheverísimos, sobretodo en redes sociales.

En la ciudad de la furia todos son lo que no son por instinto de supervivencia, porque en la calle el más grande se come al más chico y a veces a la más chica, todos son malotes en la ciudad de la furia.
Hasta que medio llueve y todos salen corriendo despavoridos.

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