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Ecuador, 10 de Mayo de 2025
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Érase una vez

Érase una vez un país donde todo el mundo sabía lo que quería, érase una vez una nación donde todos estaban de acuerdo en todo y no era aburrido hacer lo mismo todos los días.

La gente era culta, educada y amable, respetaban los discos pares y las amarillas de los semáforos, no invadían carril y hasta cedían el paso, de hecho, si alguien cometía un error el otro le sonreía amistosamente y lo recriminaba con un chascarrillo para que no lo vuelva a hacer.

Érase una vez una sociedad feliz y paciente.

Los precios nunca subían de puro gusto y menos de un día para el otro, y los caseritos en los abastos seguían dando yapa y risas, explicaciones y predicciones, los sueldos eran cómodos y con beneficios, nadie temía a la ley porque la respetaban y les daba gusto cumplir con ella, facturar, tributar, vivir por la derecha para que la izquierda siga siendo una utopía.

Érase una vez un tiempo en los que nadie discutía por culpa de la política o la religión y menos el fútbol, no existían los celos y el amor era libre y como tal, siempre decidía refugiarse en el mismo lugar y con la misma persona porque ser fiel estaba de moda y los periódicos estaban llenos de poemas.

Los aparatos de televisión eran espejos y las salas de cine estaban llenas solo para besarse y hacer siluetas de sombras con las manos al fulgor de las velas, como cuando se iba la luz y luego todos aplaudíamos porque volvía.

Érase una vez donde fuimos ingenuos y enamorados de lo sencillo como encandelillados por un chispeador o embelesados por la luna y divertidos hasta la histeria por el clamor del sonido de una sirena de bombero.

La lluvia refrescaba y no inundaba, el sol daba energía y no quemaba, las oficinas tenían ventanas grandes para ver mejor el show de nuestras calles y los acondicionadores de aire se suicidaban desconsolados siendo reemplazados por silbidos con tonada de bolero, no existía el calor porque estábamos llenos de candor mientras en la radio sonaban mil sabores con gusto a todos los colores.

Érase una vez un país donde los niños eran niños, los jóvenes eran jóvenes y los adultos eran adultos, nadie se adelantaba a nada y todos se comportaban como tales, menos los viejos que tenían licencia para ser, hacer y decir lo que les daba la gana pero no hacían mucho más que decir que hacían lo que les daba la gana.

Los parques estaban llenos y las computadoras vacías, nadie contemplaba la pantalla de un teléfono porque preferían ver el rostro de su madre y contar cómo le iban saliendo las canas y creciendo las arrugas, y no existía el temor a que te roben el bolso porque lo único que se agarraba y defendía con la vida entera era la mano de papá en la resbaladera.

Pero eso érase una vez en otra era y en otra vez, ahora la cosa es diferente.

Hoy se vive bajo el credo de que no eres lo suficientemente bueno si nadie desea que falles, te das cuenta que es invierno porque la gente huele a menticol, detán y palosanto, en los trabajos los mejores pensadores están en manos de los peores pagadores y como si fuera poco, cada vez hay menos historias basadas en pechos reales.

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