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El rey del fútbol

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Pasión de multitudes, real opio de los pueblos, pretexto de alegría, penas, abrazo festivo y violencia sin pies ni cabeza, la venia para su majestad el fútbol.

La corona del rey no la tiene Pelé ni Maradona ni Messi, no señor, el rey del fútbol era ecuatoriano, se llamaba Pablo y regentaba una cantera.

Pablo Hanníbal Vela Córdova se nos fue, “El Rey de la Cantera” fue su chapa eterna, su título de nobleza, su corona y cinturón del campeonato mundial de los pesos pesados, el Cassius Clay de los comentaristas deportivos populares.

Gustarle al pueblo no es sencillo, a pesar de eso hay quienes lo logran, aclarando que existe una diferencia entre gusto y afecto, el primero se logra con trabajo pero ganar cariño y devoción ya raya en un don sobrenatural que solo tienen pocos elegidos, porque la gente humilde mira, escucha y habla con el corazón, después decide, elogia y hasta manda a la ‘eme’ tantas veces como celebra.

El Rey era de la calle más que de su casa, del barrio más que de su ciudad, de la fama más que de la farándula, del calor, de la salsa, del estadio, de la madrugada y la bohemia y más todavía fue  un hombre de cancha, de general, de asiento de cemento, de gritar las críticas, de cantar los goles, de confrontar a los grandes, pelucones, empresarios y estrellas que con él se estrellaban.

“Si tú me tiras una piedra yo te lanzo una cantera” respondió una vez a un detractor, su cantera eran sus cientos de miles de fanáticos, Pablo no andaba con rodeos, pero no necesitó usar la violencia, los años le fueron dando sabiduría, resignación y además la oportunidad de mejorar sus errores y perdonarse de sus pecados, con aquello vino el segundo aire, cuando lo vimos en la televisión “moderna” y junto a Diego Arcos, a quien bautizara como “el niño”, chapa con la que morirá.

En este segundo tiempo de su vida pública es que lo pueden abrazar las nuevas generaciones, quienes aprendieron a gozar con el Rey, con su tradicional grito de ¡MÁNDALA, PERROSO! y con las voces de la salsa “Agúzate” cuyas trompetas se clavan en la columna vertebral y luego de despelucar la nuca hacen que las piernas se muevan solitas.

“Siento una voz que me dice Agúzate, que te están velando” pienso mientras veo la caja de madera que cierra la puerta al cuerpo mientras abre de par en par las ventanas de la leyenda que nos contará con humor y sudor guayaco, con chuchaqui y encebollado, con tabaco y solazo cada vez que vayas a la cancha o prendas la radio, las desventuradas aventuras del genio de mal genio, cromo difícil con el que llenabas el álbum, el bacán para el que nada fue oculto.

Por eso decreto mil minutos de silencio y queda prohibido de hoy en siempre contar, chamuyar y sapear. (O)

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