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El conjuro guayaco
Por esas cosas de la vida me tocó mudarme a una bonita casa nueva pero vieja, y me puse a pensar qué pasaría si mi nueva morada estaría habitada por entidades que se manifestasen de forma maligna, y no hablo de la casera, quien mete miedo de solo saber que hay que pagarle cada mes. Entonces coloqué unas cámaras en night shot apuntando a la cama y otras en cada cuarto y hasta en la sala y en la cocina.
Las primeras noches la única actividad paranormal que captaron las cámaras fueron las sábanas que se levantaban producto de los gases provocados por comer arroz con menestra en todas las cenas, pero como a la tercera noche comenzaron los fenómenos extraños, porque a eso de las dos de la mañana se escucha un silbido y unos ruidos metálicos, al revisar el video me di cuenta que era el camión de la basura y que lo único que debía temer era a la multa por no sacar los desechos en horario de recolección.
Luego me comencé a desvelar, algo me sobresaltaba, me despertaba, al revisar las cámaras me di cuenta que efectivamente yo me levantaba de madrugada porque existía un movimiento inusual, y era una fuerza invisible que pretendía “halarme de las patas”, pero debido a mi peso no podía llevarme a ningún lado, el espíritu intentaba por todos los medios hacerme levitar o lanzarme contra el techo, pero no lograba más que apenas subir mi cabeza de la almohada y hasta se escuchaban sus jadeos de cansancio al tratar de espantarme, yo era su crossfit.
Al día siguiente el fantasma intentó algo nuevo y las paredes de la casa comenzaron a sangrar, pero no era sangre sino caldo de salchicha y por los grifos salía encebollado, entonces en vez de ir a buscar un sacerdote fui a comprar limón, ají y pan, era como la casa hecha de dulces de la bruja de Hansel y Gretel pero con refrito, yuca y yerbita.
Cambió de táctica el alma en pena y ahora encendía el televisor y sí que me asustó mucho cuando ponía un video de una pareja de la farándula que la casaba el alcalde de la ciudad, ese sinsentido me hizo dudar de todo lo que creía saber del medio, a la par que una niña despeinada salía de la pantalla y mi esposa le entraba a peinilla y aplicándole el Quitoso, “no sea que contagie a los bebes”.
Contraatacó la casa embrujada con una fila de fantasmitas azules de ojos grandes, mis hijos los cogieron de la mano felices pensando que eran Los Pitufos y una muñeca vieja que giraba la cabeza y se reía de forma satánica se la dieron al guardia de la cuadra, quien se la regaló a la empleada de la casa de la esquina como muestra de su amor.
Al final descubrí, revisando unos antiguos planos, que la villa está construida sobre un milenario cementerio Huancavilca, por lo que en vez de pensar en cambiarme, he colocado unos letreros para que los muertitos que no quieren descansar se sientan incómodos, uno de ellos dice “sonría, lo estamos filmando”, otro reza: “hoy no fio, mañana sí” y el último afirma que está prohibido intentar asustarme usando gorras, gafas y celulares.