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El amor y la amistad
Febrero por sobre todas las cosas es el mes del apapache, del acurruque, del beso y el abrazo, la temporada del apretuje, el chupetón, lamida de axila, soplada de nuca, mordida de almohada y ahora que estamos en campaña más aún se ha vuelto el tiempo de prometer para meter y una vez metido olvidar lo prometido que según la estadística romántico–política, suele pasar más de lo que nos gustaría.
Creo que estos nuevos tiempos imponen un cambio y dado el auge de los niditos de amor en estas fechas, febrero parece más “fiebrero” por lo caliente que anda la gente, y deberían declararlo de una vez el Día Internacional Del Motel.
No se hagan, bien que han ido, se hacen los locos no ma’, pero bien que saben cuál es el que tiene ‘la máquina del amor’ y el jacuzzi gigante que hace bulla como si fuera un camión, el aniñado que tiene cama de verdad y no de piedra, el que si llegas al mediodía te regala el almuerzo y si pasas la noche entera de cortesía tienes el desayuno, los que tienen parqueo hasta la puerta del cuarto y hasta los que hay que frentear con la cajera y cédula en mano.
¿Ya se acordaron? Los que se hacen los olvidados deben estar casados, el matrimonio les borró la memoria, incluso cuando pasan cerca de un motel miran a otro lado para no ser interrogado con la pregunta incómoda de la esposa “¿y a este sí has venido?”.
Pero casi puedo jurar que cuando eran novios iban a cada rato, cobrabas la quincena y de una la voz mandante era la de “mijita vamos a dar la vuelta a la manzana”.
En todo caso los expertos en motelería y turismo recomiendan que para este 14 de febrero vayan temprano, con tiempo o en la medida de las posibilidades reserven cuarto, porque si no, hay que hacer una filota.
Y es gracioso porque cuando estás esperando en tu auto, en este que viene siendo el trancón más sensual de todos, y te encuentras con gente conocida, ahí los varones saludamos si es que andamos con la oficial porque si es que nos estamos pegando un izquierdazo abrimos la mano como si fuera un guante de béisbol y nos cubrimos la cara, si fuésemos calamares chorrearíamos una nube de espesa tinta.
Y ella ni se diga, porque ante tal espera comienza a escucharse el lamento “ay pero cómo me vas a hacer esto, primera vez en la vida que vengo, nunca he venido a un lugar como este, tápame”.
Se cubre con el saco del uniforme, busca una revista para leer en la oscuridad y si llevó la cartera chiquita se la pone como antifaz y si llevó la carterota mete la cabeza dentro, se quiere meter debajo del asiento, intenta meterse hasta en la secreta del carro y justo por su ventana llega el chico con la radio y le toca el vidrio y le dice: ¡SIGA!
Ella pega un salto del miedo y tú “¡yaba daba duuuuu!”, y mueves el tronco móvil con la planta de tus pies.
Pero al fin entras y ella sigue con su historia de “uy, pero qué locos, que estamos haciendo, nunca he venido a estos sitios” y ni bien pide algo por el intercomunicador: “por favor tráigame un lomito saltado” del otro lado se escucha que le dicen “¿¡GABRIELA ERES TÚ!?”.
Tanto romance me ha hecho acordar de los versos de Neruda sobre todo ese que dice: “me gusta cuando callas porque…cantas como Mariela Viteri”.