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Punto de vista
Dependientes de una tecnología que ahora crea zombies en la era del selfie
Estamos tan dependientes de la tecnología que ahora cuando vamos a un concierto preferimos grabar con el celular que aplaudir al artista.
Personalmente me deprime porque veo al artista en tarima y abajo los zombies anclados a un teléfono, que para lo que menos sirve es para hablar por teléfono, y todos con las manos pegadas que para aplaudir deben ponérselo en la boca y hacer sonar las manos.
No es que sea un troglodita ni un atrasa pueblos, pero casi puedo adivinar que luego no nos acordamos que estuvimos ahí si es que no vemos en nuestros canales de YouTube lo que grabamos.
Es como nuestro trofeo, nos hemos vuelto vanidosos ya no solo de la experiencia de vivir un espectáculo sino de pavonearnos que estuvimos ahí y lo grabamos.
Antes era ir, festejar, saltar, llorar, tratar de agarrar un palillo de batería o una vitela, tomarse unos tragos con el grupo, conocer una extraña, empatizar y ligar, para el rato, para meses o para siempre, hoy que estamos enamorados de nosotros mismos y nuestros aparatejos solo deseamos que exista buena conexión a internet para subir rápido lo que dejo de ver en el escenario para cuadrarlo bien en la pantallita del cel.
Estamos tan condicionados a gusto por los aparatos modernos que siento que ya no se disfruta de los eventos en vivo, porque estamos obligados por nuestra propia afición a publicarlo todo, a reportar el segundo a segundo lo que vivimos.
Es la generación del selfie, del mírame dónde estoy y qué estoy haciendo, no importa que, si puedo compartirlo, ¿por qué no habría de hacerlo?
Esta capacidad al parecer infinita de exponerse me hace preguntarme ¿Existe concepto actualmente de vida privada? ¿Cuál es? ¡Que alguien me explique!
Veo en las redes sociales desde relaciones íntimas con presentación, nudo y desenlace hasta visitas al cuarto de baño, radiografías, ecos, colonoscopías, tratamientos de conductos y hasta cirugías de corazones rotos por caerse de pecho en la ‘friendzone’; y la verdad es que aprecio mucho aquella libertad innegable en la que todos tienen derecho a hacer de su trasero un triciclo y sacarlo a pasear por el barrio; pero mi pregunta sincera es: ¿hay límites?
¿Hay algo que no nos atreveríamos a dar a conocer? Seguro que sí, pero a la vez dudo. Hay quienes necesitan en el mundo real una ducha fría para acabar con la fiebre, con el combate viril de quién es “más más” y el “muy muy”, no sé a quién le compramos la idea de que presumir, sorprender, cosechar “likes” o seguidores es la clave de la felicidad, antes corríamos del chisme en dirección opuesta, hoy nos lanzamos en plancha tratando de salpicar lo más posible al resto.
Tanto es que vamos metidos en nuestra tecnología que no somos nosotros los que usamos el smartphone, sino, al contrario, es ese artefacto el que nos lleva, basta con poner el GPS y ya, perdiendo el romance de ir por la vida preguntando para que nos digan mal la dirección y perdernos para conocer mejor, porque solo el que se pierde conoce de verdad como llegar más de dos veces. (O)